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24 de febrero de 2009

Un terrorismo que no cesa

La violencia contra las mujeres sigue, sin tregua, cobrándose víctimas. Con excesiva frecuencia salta en los medios de comunicación la noticia de que otra mujer ha sido asesinada, llenándonos de indignación y esperando inútilmente que sea la última. Cada asesinato se convierte, a la larga, en un número más que pasa a engrosar la estadística: 77 mujeres muertas el pasado año, más de 500 desde el año 2000. Estos datos son sólo la punta del iceberg de la violencia que hoy se ejerce contra las mujeres en nuestro país en pleno siglo XXI.


¿Es que esto no se puede parar? Surgen muchos por qués tratando de hallar las razones de esa violencia. Un azote que la mujer viene sufriendo durante siglos, porque la violencia masculina forma parte del contexto de una sociedad patriarcal, asentada y transmitida a través de modelos culturales, que se traducen en conductas concretas por una asignación de roles diferentes al hombre y a la mujer en los ámbitos familiar, social, político, religioso... instituyendo valores que desembocan en una efectiva desigualdad: la sumisión en la mujer y los celos en el hombre son considerados como una prueba de amor.



En un proceso de cambio, de liberación de la mujer, como el que vivimos, en el que se promueve la igualdad y la independencia para que todas puedan tomar las riendas de su vida, el maltratador actúa como un dictador tratando de anular la personalidad de ella sometiéndola, subordinándola, ejerciendo la violencia psicológica, física, sexual, creyendo además que actúa con legitimidad.



El asesinato -la forma de violencia más extrema- llega como fracaso del agresor, al comprobar que no puede someter a la mujer que quiere ser libre; libertad a la que indudablemente tiene derecho. El 80% de las muertes se dan en la etapa de ruptura de la pareja al negarse ella a continuar la relación. También llama la atención el alto porcentaje de mujeres jóvenes que sufren violencia, cuando parece que las nuevas generaciones tienen otra mentalidad más abierta y democrática, lamentablemente la realidad demuestra que no es así. Como esta violencia se suele ejercer en el ámbito familiar, se considera algo privado y no se habla de ello ni se denuncia, o al menos no lo suficiente. Por ello es necesario que los maltratadotes se sientan rechazados por las personas de su entorno y no puedan escudarse en la complicidad difusa de nuestro silencio.



¿Es que la ley integral contra la violencia de género está siendo ineficaz? Aunque su entrada en vigor ha sido un paso adelante y es una de las mejores de Europa, es preciso ampliar y adecuar los recursos, así como mejorar su efectividad facilitando la colaboración de todos los estamentos implicados, y propiciando un cambio de mentalidad en algunos jueces y otras personas que intervienen en la aplicación de esta ley. La protección policial todavía no consigue evitar las muertes aunque éstas fueran previsibles. Muchas mujeres, después de presentar una denuncia se sienten inseguras y la retiran. Quizá por miedo, o por ingenuidad al confiar en las buenas palabras del agresor.



Las unidades de prevención, asistencia y protección son las encargadas de protegerlas de sus agresores, controlar a éstos y evaluar periódicamente el riesgo, pero los medios aún no son suficientes. Los sindicatos policiales se quejan de la falta de personal. En la Región son diez los policías asignados a este servicio para atender a 550 mujeres que tienen a sus parejas con órdenes de alejamiento, algunas de ellas con riesgo extremo. Otra de las reivindicaciones policiales -manifestadas en la prensa- es que las valoraciones de tipo psicológico para determinar el riesgo deberían ser hechas por especialistas.



Pero hay más, es preciso destacar la situación de vulnerabilidad en que se encuentran las mujeres inmigrantes. Aunque son aproximadamente un 12% de la población, acumulan más de un 40% (durante el año pasado) de las muertes por violencia machista. En su caso aumentan el peligro factores como su indefensión económica, jurídica y emocional, y el hecho de que provienen de estructuras socioculturales o religiosas más extremadamente patriarcales.



¿Qué hacer ante éste grave problema? Con la sola aplicación de la ley no se consigue eliminarlo. Es preciso, por una parte, cambiar el modelo de masculinidad. El hombre tiene que saber que nada puede justificar el maltrato y el asesinato, ésta es una actuación cobarde. Las mujeres somos personas con el mismo derecho a vivir y a ser felices. A ser libres y a decidir cómo y con quién queremos vivir, sin ser propiedad de nadie. Retenerlas contra su voluntad ni es inteligente ni es humano. Por otra parte, también se necesita una educación afectiva que determine en las mujeres posturas de intolerancia ante el menor síntoma de maltrato, y a hacer valer sus derechos y su dignidad. Hay que insistir de manera firme en el papel que para la erradicación de la violencia en nuestra sociedad, pueden y deben desempeñar la familia y las aulas, porque la solución final habrá de venir por la vía educativa.



Desde el Foro de la Mujer seguimos tratando de crear conciencia en este sentido y con nuestro lema: «Todas las vidas tienen el mismo valor» nos concentramos los terceros lunes de cada mes, a las siete y media de la tarde, en la plaza del Cardenal Belluga.

María Pura Berzal Viana


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