Todos, la verdad es que no eran muchos -unos tras otro-, han ido cayendo a lo largo de esta legislatura. Como en aquella memorable novela de Aghata Christie -escrita en 1939 y titulada los Diez Negritos-, los personajes han desaparecido paulatina e inexorablemente. En el PP ya no quedan centristas. Antes hicieron mutis por el foro el entonces ministro de Trabajo, Manuel Pimentel, y también el diputado Luis Acín, disconforme con la guerra de Irak.
Y, metidos ya en estos tiempos, fue descabalgado burdamente Joaquín Calomarde, nuestro apreciado colaborador, mientras Josep Piqué y Jaume Matas fueron llevados ante el pelotón de fusilamiento en su calidad de sospechosos de herejía, debilidad o catalanismo. Hace pocos días abandonó la política activa el diputado López-Medel, otro disidente.
Pancismo tradicional
Anteayer, y según ABC, “Esperanza Aguirre logró doblar el pulso de Rajoy”. Como consecuencia del pancismo tradicional de Mariano Rajoy -un líder sin más coraje que el de ir tirando hacia el abismo-, Alberto Ruíz Gallardón fue asimismo ejecutado. Tarea, pues, acabada. Quedan sólo en el interior del PP –convenientemente agazapados o emboscados- los que no se atreven a salir del armario. Miedo fundado y, desde luego, comprensible. En cualquier momento podrían ser exterminados.
Cien principios
“Somos una formación política de centro”, subraya uno de los cien principios que vertebran oficialmente el PP. Aludo al principio número 7 para ser exactos. Se trata, sin embargo, de una grosera mentira que ya nadie se cree. El PP hace demasiados años que no es centrista, a pesar de vanagloriarse siempre de su ubicación en el centro.
Nunca lo ha sido
En realidad, nunca lo ha sido. Jamás el PP ha sido centrista. Ni siquiera de centro-derecha. La ideología de Rajoy -ya adulto y rozando los treinta años- era de derecha extrema por no decir de extrema derecha. No exagero un ápice. Hay pruebas documentales que avalan lo que sostengo. A nadie debe extrañar que, antes de su defenestración –que se producirá probablemente tras las urnas del 9 de marzo-, haya dejado su sucesión, o le hayan obligado a ello, en manos de los más radicales.
Estorbo y peligro
Gallardón era un estorbo e incluso un peligro. Su perfil de moderado pertenece más a la leyenda que a la realidad. Pero ha sido, durante años, el símbolo de esa derecha civilizada, tan infrecuente en España. De incorporarse a la candidatura del PP, hubiera podido maniobrar para situarse en el timón de la nave. Los sumos sacerdotes de la intransigencia, el cerrilismo y la caverna no estaban dispuestos a correr ningún riesgo. Fue ejecutado sin contemplaciones. Manda más Aguirre, la aspirante a sucesora, que Rajoy.
Robot teledirigido
Rajoy en cuanto a centrismo carece hasta de coartadas. Parece un robot teledirigido por Aznar y sus guardias de corps como Ángel Acebes, Cayetana Álvarez de Toledo –la todopoderosa jefa de gabinete del secretario general-, Eduardo Zaplana y, por descontado, Esperanza Aguirre. Ante tamaño movimiento telúrico como el que se ha llevado por delante a Gallardón, Rajoy calla. Le ha regalado todavía más las elecciones al PSOE. Los conflictos internos provocan repudio en la opinión pública. La purga de moderados sitúa al PP en la lógica de la Inquisición o en la de la caza de brujas. Un partido ultramontano como éste no puede ni debe ganar las elecciones. Por higiene y salubridad democráticas.
Enriq Sopena. elplural.es
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