11 de enero de 2008

Ahuyentar la fe

He de decir, ante todo, que me creo especialmente respetuoso con las instituciones que me gobiernan, incluidas las religiosas, a pesar de que me sienta poco vinculado a éstas. Y si me permito comentar y discutir alguna de sus actitudes es por expresar el sentir de las minorías. Eso me hace escribir en este medio, y valerme del talante abierto de sus rectores (La Verdad de Murcia). Los acontecimientos de este final de año y principio de uno nuevo me mueven a reflexionar sobre el papel de la Iglesia en el futuro de éste mi país que es España.

Es evidente que la iglesia católica está enojada. No diré que eternamente enojada, pues una de sus oraciones («Perdona a tu pueblo, Señor») pide que no se sienta de esa manera con los pobres pecadores. Digamos, mejor, que (buena) parte de la Iglesia Católica está molesta con la sociedad en la que vive. Y subrayo que es parte de la iglesia, porque no creo que todos sus miembros piensen igual, a pesar de tratarse de una institución poco o nada democrática. De hecho, sé a pie juntillas que el apoyo a las palabras de sus autoridades no es mayoritario.

¿Por qué está molesta la iglesia? Según ella, porque España se resquebraja en pedacitos, porque la democracia (¿) está a punto de irse a la porra, y porque la familia (de seguir así) está a un paso de volver a la promiscuidad de las cavernas. Catastrofismo puro. Y sensación de que o estás con ella o contra ella. Y como muchos, muchísimos españoles, están con ella (recordemos que vivimos en «la católica España», en palabras de un célebre Papa, buen amigo de la dictadura del Generalísimo), la consigna parece evidente: hay que luchar contra los rojos que pueden llevarnos a las catacumbas del 36, contra quienes han institucionalizado los matrimonios homosexuales, contra quienes quitan la religión de las asignaturas de la enseñanza, contra los malos, en una palabra.

Pero si todo eso fuera así, si la España que gobierna estuviera enfrentada a la espiritualidad de la religión, si el caos social se hubiera adueñado de este país de nuestros pecados, ¿cómo es posible que haya más manifestaciones religiosas que nunca, más procesiones que nunca (estemos o no en Semana Santa), más misas mayores que nunca, más rehabilitaciones de iglesias que nunca, más santos o beatos que nunca, más universidades católicas que nunca ? La verdad es que yo no veo persecución alguna de ésas que dicen algunos obispos, ni prohibiciones a manifestaciones claramente partidistas, ni veo cárceles llenas de mártires por la fe. Más bien diría lo contrario. Que no sé cómo un país laico que dice su Constitución dispensa tantas prebendas a obispados, arzobispados y similares.

¿Qué pena! ¿Qué sensación de impotencia de quienes ni somos incendiarios ni creemos en las admoniciones de ese clero! Muchos de los que nos criamos en la ortodoxia judeocristiana, y no renunciamos a ella, hace mucho tiempo que nos ahuyentaron de la fe, de esa fe que cree que el Cielo es «una kermés sin obscenidades, a donde, con permiso del párroco, pueden asistir las Hijas de María». Al paso que vamos, esas palabras escritas hace casi un siglo, y puestas en boca de Max Estrella, tienen visos de seguir estando vigentes en pleno siglo XXI. No lejos de esos conceptos se mueven los nuevos representantes de quienes creen tener la verdad absoluta, que son los que convocan a tales concentraciones. Me niego a pensar que ésa sea la verdad absoluta, y los demás, descarriados que vamos camino de «un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran como boquerones», o sea, el Infierno.

Es posible que la Iglesia haya echado sus cuentas y piense que de esa manera, además de reforzar el sentido cristiano de la familia, mueva los siempre quebradizos pilares de los políticos que han llevado a cabo una serie de medidas, discutibles como todo en este mundo, pero de claro apoyo a ciudadanos (hasta hoy) marginales. Pero también debe pensar que hay una minoría a la que le gustaría escuchar sermones hacia la inteligencia, no hacia la ignorancia; palabras hacia la razón, y no hacia la mala idea; buenas intenciones, en suma, de ésas que hablan las sagradas escrituras. En vez de eso, cada vez abundan más los mítines religioso-político, y no me refiero sólo a los de la plaza Colón, sino a los que se oyen en las homilías de nuestras grandes iglesias. Menos mal que siempre hay un cura, o un fraile, que llenos de sabia prudencia no hablan de más constitución que la de su sagrado ejercicio. Y no son, para terminar de nuevo con Valle-Inclán, como ese sacristán que pretende cobrar una fortuna a doña Terita por los gastos del entierro de su marido. Tanto, que le llevan a decir a la pobre viuda:

¡Con estos precios ahuyentáis la fe!

Cesar Oliva

"Excelente artículo Cesar, recibe mi más cordial enhorabuena y permiteme que te diga que me alegra contar con tú hijo Alejandro entre mis amistades. Gracias."

Carlos Rodríguez


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