La Conferencia Internacional sobre Patogénesis y Tratamiento del VIH celebrada en la ciudad australiana de Sidney ha mostrado la verdadera cara de una pandemia contra la que la humanidad lucha desde el último cuarto del siglo pasado, pero a la vez ha indicado a la comunidad internacional cuál es la clave para cambiarla. Y lo ha hecho al evidenciar en toda su crudeza la realidad de una enfermedad cuya crueldad pasa por una perversa dicotomía: la de que a una misma causa correspondan dos efectos tan distintos como morir o sobrevivir, dependiendo exclusivamente del lugar del planeta en el que se haya nacido.
Desde una perspectiva científica no hay grandes discrepancias entre los expertos, para los que esta enfermedad ya no es una condena de muerte gracias a que los antirretrovirales garantizan una esperanza de vida muy alta; es en la proyección que de esta constatación clínica hacen, frente a la realidad del mundo en el que vivimos, donde las predicciones se polarizan. Porque mientras para un sector el fin de la pandemia se les antoja posible desde el prisma de sus avances de laboratorio, para el resto de sus compañeros hablar de esperanza respecto de una pandemia que se ha cobrado 25 millones de vidas en los últimos 25 años -infectando sólo el año pasado a más de cuatro millones de personas- y que en África y Asia está fuera de control, no invita a dejarse llevar precisamente por la esperanza. Sin embargo, pocas veces un problema de la envergadura mundial del sida había tenido una perspectiva tan clara desde la que abordar la enfermedad: llevar a aquellos países en los que el 70% de los afectados muere sin recibir tratamiento alguno, los mismos medicamentos que en el mundo desarrollado permiten a sus enfermos vivir.
laverdad.es
Desde una perspectiva científica no hay grandes discrepancias entre los expertos, para los que esta enfermedad ya no es una condena de muerte gracias a que los antirretrovirales garantizan una esperanza de vida muy alta; es en la proyección que de esta constatación clínica hacen, frente a la realidad del mundo en el que vivimos, donde las predicciones se polarizan. Porque mientras para un sector el fin de la pandemia se les antoja posible desde el prisma de sus avances de laboratorio, para el resto de sus compañeros hablar de esperanza respecto de una pandemia que se ha cobrado 25 millones de vidas en los últimos 25 años -infectando sólo el año pasado a más de cuatro millones de personas- y que en África y Asia está fuera de control, no invita a dejarse llevar precisamente por la esperanza. Sin embargo, pocas veces un problema de la envergadura mundial del sida había tenido una perspectiva tan clara desde la que abordar la enfermedad: llevar a aquellos países en los que el 70% de los afectados muere sin recibir tratamiento alguno, los mismos medicamentos que en el mundo desarrollado permiten a sus enfermos vivir.
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1 comentario:
Es triste pero las vidas humanas tienen el precio de las medicinas para curarlas.
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