Es probable que la ilegalizada Batasuna logre instalar en varios ayuntamientos vascos a un número de concejales adictos, es decir, filoetarras o independentistas radicales, pero ese asunto no debiera absorber casi toda la energía del PP en su acoso al Gobierno socialista, y ello por dos razones. La primera se refiere a que en el castillo de Stormont, a las afueras de Belfast, se celebró ayer la botadura del primer ejecutivo biconfesional de Irlanda del Norte, lo que escenificaba la paz definitiva entre el terrorismo católico y protestante, y entre la sociedad protestante y la católica, lo cual merece desde España unos minutos al menos de atención doble, al pasado y al futuro del Ulster.
En el Ulster ha producido el cruce de enfrentamientos -terrorismo del IRA contra terrorismo protestante y ejército británico, y ejército británico contra terrorismo del IRA- cerca de cuatro mil muertos durante los últimos cuarenta años, y el hecho de que esa etapa haya quedado definitivamente cancelada bien merece analizarla atentamente.
La segunda razón es de respeto a las valoraciones políticas. Aunque el viaje electoral de algunos abertzales radicales en las listas de ANV no debe quedar fuera de la campaña electoral, bajo ese debate no habrían de sofocarse/silenciarse las cuestiones de mayor raigambre municipal, como la opacidad en el funcionamiento de la financiación en muchos ayuntamientos, la endiablada especulación urbanística, la desatención de servicios públicos, el menosprecio a la ecología y el destrozo de tantas y tantos paisajes. Marbella es una metáfora, pero de la que existe a lo ancho y a lo largo de España gran variedad de ejemplos, a escala menor, se entiende.
Ver juntos en el mismo gobierno al reverendo Ian Paisley, unionista fanático, y al número dos del Sinn Fein, Martin McGuinnes, el primero como ministro principal y el segundo como viceministro, principal también, al frente de un equipo de protestantes y católicos, produce una sensación de fe en los seres humanos, tras cuarenta años de incredulidad e intermitente desesperanza. Recuperaban Paislay y McGuinnes el poder autonómico que hace cinco años había retirado Londres al Ulster y sonreían tras la aceptación de los cargos junto a Tony Blair en una sala adjunta, con el representante de la República de Irlanda, cuyo gobierno ha trabajado codo con codo con británico para lograr esta solución definitiva, con los terroristas católicos y protestantes desarmados, y la esperanza de una reconciliación paulatina, ya iniciada, avanzando por las dos comunidades, cansadas de lucha y muerte. Un momento de atención, por favor, desde España, que la atención no compromete a nadie, porque ni la etiología ni la solución del problema del Ulster tiene analogía o sirve de receta para lo que la gama de nacionalismos vascos llama conflicto histórico.
Ha sido muy lento el proceso de solución en el problema de Irlanda del Norte, pero nunca se ha desistido, a pesar de rupturas dramáticas, de reiniciarlo o de iniciarlo sobre nuevas bases o exigencias. Paulatinamente han ido cayendo las torres de seguridad levantadas por el ejército británico para vigilar especialmente las áreas católicas, se han ido cortando las alambradas que hace cuarenta años convertían el aeropuerto de Belfast en una base militar en medio del enemigo, se ha repuesto la luz en Falls Road, la arteria católica hacia las afueras de la ciudad, y las dos facciones terroristas accedieron a desarmarse. ¿Se va a independizar Irlanda del Norte del Reino Unido si la población católica sigue creciendo al ritmo de los últimos años? Antes de acariciar esa idea, que era esencial en los postulados del IRA, habrían de conocerse los acuerdos tácitos entre Londres y Dublín -y los de Paisley y Guerry Adams, numero uno del Sin Fein- por los que la sociedad protestante del Ulster se obliga a respetar la voluntad de la católica tanto como ésta la voluntad protestante. El horizonte sólo es de paz.
En el Ulster ha producido el cruce de enfrentamientos -terrorismo del IRA contra terrorismo protestante y ejército británico, y ejército británico contra terrorismo del IRA- cerca de cuatro mil muertos durante los últimos cuarenta años, y el hecho de que esa etapa haya quedado definitivamente cancelada bien merece analizarla atentamente.
La segunda razón es de respeto a las valoraciones políticas. Aunque el viaje electoral de algunos abertzales radicales en las listas de ANV no debe quedar fuera de la campaña electoral, bajo ese debate no habrían de sofocarse/silenciarse las cuestiones de mayor raigambre municipal, como la opacidad en el funcionamiento de la financiación en muchos ayuntamientos, la endiablada especulación urbanística, la desatención de servicios públicos, el menosprecio a la ecología y el destrozo de tantas y tantos paisajes. Marbella es una metáfora, pero de la que existe a lo ancho y a lo largo de España gran variedad de ejemplos, a escala menor, se entiende.
Ver juntos en el mismo gobierno al reverendo Ian Paisley, unionista fanático, y al número dos del Sinn Fein, Martin McGuinnes, el primero como ministro principal y el segundo como viceministro, principal también, al frente de un equipo de protestantes y católicos, produce una sensación de fe en los seres humanos, tras cuarenta años de incredulidad e intermitente desesperanza. Recuperaban Paislay y McGuinnes el poder autonómico que hace cinco años había retirado Londres al Ulster y sonreían tras la aceptación de los cargos junto a Tony Blair en una sala adjunta, con el representante de la República de Irlanda, cuyo gobierno ha trabajado codo con codo con británico para lograr esta solución definitiva, con los terroristas católicos y protestantes desarmados, y la esperanza de una reconciliación paulatina, ya iniciada, avanzando por las dos comunidades, cansadas de lucha y muerte. Un momento de atención, por favor, desde España, que la atención no compromete a nadie, porque ni la etiología ni la solución del problema del Ulster tiene analogía o sirve de receta para lo que la gama de nacionalismos vascos llama conflicto histórico.
Ha sido muy lento el proceso de solución en el problema de Irlanda del Norte, pero nunca se ha desistido, a pesar de rupturas dramáticas, de reiniciarlo o de iniciarlo sobre nuevas bases o exigencias. Paulatinamente han ido cayendo las torres de seguridad levantadas por el ejército británico para vigilar especialmente las áreas católicas, se han ido cortando las alambradas que hace cuarenta años convertían el aeropuerto de Belfast en una base militar en medio del enemigo, se ha repuesto la luz en Falls Road, la arteria católica hacia las afueras de la ciudad, y las dos facciones terroristas accedieron a desarmarse. ¿Se va a independizar Irlanda del Norte del Reino Unido si la población católica sigue creciendo al ritmo de los últimos años? Antes de acariciar esa idea, que era esencial en los postulados del IRA, habrían de conocerse los acuerdos tácitos entre Londres y Dublín -y los de Paisley y Guerry Adams, numero uno del Sin Fein- por los que la sociedad protestante del Ulster se obliga a respetar la voluntad de la católica tanto como ésta la voluntad protestante. El horizonte sólo es de paz.
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