Faltaba que ¡los modistos! nos tocasen también las narices congestionadas, los quilos de más que no se van ni comiendo alcachofas hasta con el café de la mañana, el estómago de acero que ya no se nos encoge por más cayucos ajenos que nos echemos sin azúcar al cuerpo, la moral estancada o evaporada y los genitales patrios sublevados. Nos faltaban ¡los modistos! para completar el cuadro flamenco de tercera fila, la empanada mental que amenaza la salud democrática de este país, la verbena de la paloma en la que se ha convertido el Parlamento, y la boca abierta que luce en este bombardeado momento la gente -no sé si mucha o poca- de buena voluntad. ¡Los modistos queriéndole restar protagonismo a los cocineros, otros que también van a salvar el planeta de la quema!
Por si no nos quedamos conformes y satisfechos con la dosis de morbo medieval y carnicero que supura la contemplación del vídeo de la cabeza de Sadam bailando sin vida la danza de los siete velos, la cabeza de Sadam servida en bandeja de plata a sus fieles para que conviertan a su propietario cabezón en un mártir al que adorar y tener la obligación de vengar, va el finísimo modisto Antoni Miró y se marca él solito otra danza del vientre. En esta ocasión, para entretener al personal y hacer negocio, si bien los vientres humanos que ahora ha promocionado el finísimo modisto, en la III Pasarela de Barcelona, no tienen el gusto de conocer ni el jamón ibérico, ni el queso de Cabrales, ni el cava catalán, porque lo tienen negro tizón de tanta miseria como llevan comida sin ganas ninguna, sin jodida gana. Ocho senegaleses sin papeles. Ocho senegaleses más negros de piel que oscuro tienen el panorama. Ocho senegaleses utilizados por el finísimo Miró para lucir sus diseños de última temporada, que por cierto los lucieron con mejor percha, los negros de Senegal vestidos para la ocasión, que cualquier modelo de caché por las nubes y virilidad por los suelos. Ocho negros en plan circo contemporáneo, en plan exhibición de los nuevos hombre elefante, de los nuevos bufones de la corte del glamour, llegados en cayuco y sin equipaje desde el corazón negro de África para servir de publicidad al modisto finísimo, y de cebo para las tribus urbanas de los elegantes, los triunfadores, los adinerados, los cultivadores de su cuerpo y su renta, los perfumados, los cabeza de lista, los más deseados, los que se disfrazan el cuerpo para que se note lo menos posible que en otras muchas cosas vagan desnudos. Desfilaron los negros en Barcelona ante un público glamouroso que se dividió entre el aplauso a la gracieta del finísimo y el malestar que les provocaba la burla, la falta de decoro, el descubrimiento de la frivolidad que tanto nos gusta y la falta de piedad. Desfilaron en un escenario en el que navegaba en todo su esplendor el previsible cayuco, ¡qué gran idea el finísimo! El modisto ha dicho que sólo le ha movido el deseo de denunciar la situación en la que viven los sin papeles, y que dejarles que hicieran un rato el mono en su desfile -los ocho brillaron pese a tanta miseria arrastrada- era lo único que podía hacer por ellos. Qué finísimo y hay que ver cómo nos tiene por memos. Sí, señor Miró, claro que puede usted hacer muchísimas cosas por esos ocho negros, además de acicalarlos para tan superficial ocasión, sacarles rentabilidad y hacerse publicidad. Claro que puede usted enfrentarse con la injusticia sin que todo quede en que les coloca a sus desnudas víctimas sus trajes ante los focos. Claro está que conmigo no cuente ni para regalarme sus -estupendos, eso sí- ropajes negros.
Antonio Arco
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