¿Ha contado Mariano Rajoy cuántas veces su partido, durante la tregua de 1998-99, habló de la paz y no de libertad refiriéndose al anhelado fin del terrorismo? Hágalo siquiera como quien utilizó más este término fue el entonces presidente del PP y del Gobierno, José María Aznar. Ayer, Rajoy, horas después de la manifestación de Madrid, dijo: “En España no hay un problema de paz sino de libertad”. Es sabido que los conservadores -desde hace algún tiempo y como un instrumento más para erosionar al Gobierno- tienden a descalificar el vocablo paz y reivindican el de libertad.
En su declaración solemne tras la ruptura de la tregua por ETA, Aznar manifestó el 28 de noviembre de 1999: “El Gobierno ha hecho, hace y hará cuanto esté en su mano por buscar los caminos de una paz definitiva”. Mencionó la paz, no la libertad. ¿Alguien le reprochó en aquella época a Aznar tal expresión, puesto que el problema no era de paz, sino de libertad? A nadie, ni en las filas del PP ni en la prensa afín, se le ocurrió hacerlo. De modo que en enero de 2000 Aznar defendió su gestión de la tregua ya quebrada con esta ilustrativa frase: “Se ha impuesto por encima de todo una clara voluntad de paz”.
En su declaración solemne tras la ruptura de la tregua por ETA, Aznar manifestó el 28 de noviembre de 1999: “El Gobierno ha hecho, hace y hará cuanto esté en su mano por buscar los caminos de una paz definitiva”. Mencionó la paz, no la libertad. ¿Alguien le reprochó en aquella época a Aznar tal expresión, puesto que el problema no era de paz, sino de libertad? A nadie, ni en las filas del PP ni en la prensa afín, se le ocurrió hacerlo. De modo que en enero de 2000 Aznar defendió su gestión de la tregua ya quebrada con esta ilustrativa frase: “Se ha impuesto por encima de todo una clara voluntad de paz”.
El 29 de noviembre, el encargado de introducir la paz en sus declaraciones fue Josep Piqué, a la sazón portavoz del Gobierno: “El Gobierno está dispuesto a seguir trabajando por la paz”. Incluso el ideólogo de estas cuestiones –que en el fondo son sólo excusas de mal pagador para alimentar polémicas bizantinas o generar cortinas de humo-, Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior, señaló: “No hemos desaprovechado una oportunidad para la paz”.
Pues bien, prescindiendo olímpicamente de su pasado, Rajoy continúa en el sostenella y no enmendalla, tan típico de los rancios hidalgos españoles, más dados a la retórica grandilocuente y hueca que al diagnóstico exacto de la realidad. Esta actitud se acerca al autismo y roza la esquizofrenia. Se trata sin duda de una patología grave y muy peligrosa. Políticamente, conduce casi siempre al suicidio. Los políticos autistas acaban inmolados en las urnas. Son éstas, naturalmente, las ventajas de la democracia.
Continúa Rajoy enganchado a su exasperante melancolía. O a su manía. Tal tendencia es aún más inquietante porque, habiendo exigido la libertad en el lema -como condición sine qua non para su participación en la manifestación madrileña- y habiendo accedido los promotores a esa imperiosa solicitud, Rajoy no fue capaz de mantener el envite.
Hasta El Mundo ha reconocido el monumental error de la derecha en relación a la manifestación. “El PP hubiera hecho un ejercicio de coherencia y responsabilidad acudiendo a la marcha y, al no haberlo hecho, da argumentos a quienes interpretan que en su oposición a la política antiterrorista del Gobierno predomina la intención de desgastarle”, sostiene editorialmente el periódico de Pedro J. Ramírez. Un momento de lucidez lo tiene cualquiera. ¿Cómo no lo iba a tener Ramírez, quien con mucha diferencia es el más listo de todos ellos?
Aun enfrascado en buscar paralelismos entre la decapitada reina María Antonieta y Zapatero –lo que no deja de tener mérito como exhibición de febril fantasía histórica-, Ramírez supo entender el mensaje de la masiva manifestación de Madrid. Algo es algo, aunque en las páginas siguientes Luis María Anson y la jefa de Gabinete de Acebes, Cayetana Álvarez de Toledo, bailaran su semanal minué arrojando como siempre todo tipo de inmundicia contra el presidente del Gobierno. Por ejemplo: “Acorralado en su madriguera de Moncloa, rodeado por sus cómplices, el presidente debe tener ya conciencia de que su salvavidas es ETA”.
La desgracia de Rajoy es que carece de salvavidas. Se ha aproximado al despeñadero sin freno ni marcha atrás. Su caída puede ser traumática en grado sumo y puede llevarse por delante desde Rajoy al último de sus colaboradores. Incluido Gallardón que, según apunté ayer en elplural.com, se nos ha revelado últimamente como un extrañísimo alcalde. Está más cerca de Génova que de Madrid.
Enriq Sopena
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