Los críticos de EL PAÍS escogen las mejores obras de narrativa en español de 2006 y explican sus razones
Damas chinas (Anagrama) Mario Bellatín
A través de muy pocos elementos, el mexicano y un poco peruano Bellatín ha logrado una escritura reconocible e intensa; Damas chinas supone una confirmación de esta visibilidad. Con personajes, situaciones e incidentes sórdidos o fantásticos, en secuencias de encuentros jadeantes, tenues, ligeramente dementes, esta novela se inscribe en la gran serie latinoamericana que en los últimos veinte años ha pulverizado los lugares comunes de esas mastodónticas narraciones sobre dictadores que todavía se siguen practicando, o los efluvios sentimentales y eróticos del agónico realismo continental, a veces todavía mágico.
Todos se van (Bruguera) Wendy Guerra
Partió de tópicos peligrosamente fáciles: el diario de una niña, púber y adolescente mala, ligeramente amoral; una sociedad -Cuba- sometida, extenuada, proclive a la delación y la traición; unos adultos claudicantes y violentos, unos amores previsibles y frustrantes. No obstante, con notable pericia, los convirtió en otra cosa: en los motivos de una severa reelaboración de todos esos lugares a través de una escritura tensa e irónica. Al fondo del relato, su gran hallazgo: una errática figura de madre, a medias resistente, a medias loca, que confiere a esta primera novela una fuerza rara, casi clásica. Todos se van obtuvo este año el Premio Bruguera en su primera edición. El jurado tenía un único miembro: Eduardo Mendoza.
La piedra en el corazón (Galaxia Gutenberg /Círculo) Luis Mateo Díez
Con el telón de fondo de unas ambulancias rasgando como rayos el firmamento de la convivencia, llevando a ciegas bultos de dolor, una familia rota por su propio sufrimiento, herida de muerte por el silencio de sus vidas, una pareja desamarrada por la cruel enfermedad mental de su hija se busca y se enfrenta, se encuentra y se aleja, en un tenso, hermoso y emotivo juego de tres en raya, sin que ninguno -padre, madre e hija- consiga, jugadores y piezas del juego a la vez, lo que desea. Luis Mateo Díez ha escrito una extraordinaria novela elegíaca, lírica en ocasiones -hay capítulos como poemas en prosa-, sobre débitos y culpas, sobre el daño que causamos y el daño que nos causan, sobre el silencio, esa trinchera donde escondernos o donde nos descubren. Y encima de sus cabezas -las de ellos-, un televisor sin sonido, en lo alto, en un bar, con las imágenes del 11-M. Aquel día.
El abrecartas (Anagrama) Vicente Molina Foix
Había sido ya premio Herralde en 1988 con La quincena soviética, pero ésta ha sido su novela más compleja y vibrante. Son cartas personales las que cuentan las historias de personalidades reales (García Lorca o Vicente Aleixandre, Antonio Maenza o Ramón Serrano Suñer) y personajes de ficción. No sólo se logra cruzarlos entre sí y mostrar las tramas secretas de nuestras vidas, sino teñirlo todo -la vida privada y pública- del afán de verdad: explorar los dramas que engendró la guerra y mimar por dentro las frustraciones que de ahí nacieron, los caminos abortados, las sexualidades reprimidas o directamente mentidas.
Esa ciudad (Bruguera) Javier Pastor
La prosa castellana alcanza algunas de sus notas más altas cuando es pulsada por esta emoción dominante: la indignación. Cervantes, Larra, Sánchez Ferlosio tienen grandes momentos de ira sublimada (contra la atrevida estupidez, sobre todo). Javier Pastor (Madrid, 1962) es hoy el único exponente de esa estirpe, la del castizo "liarse la manta a la cabeza". No como energúmeno mesetario, sino en una escritura traspasada de ironía inteligente, que hace cantar de furia a la lengua y desborda los cauces burocráticos de la ficción. Quienes busquen en una novela sólo peripecia y personajes arquetípicos verán en Pastor a un impertinente. Pero quienes crean que la gran literatura tiene que ver, aún hoy -como en Joyce o en Céline-, con la inventiva formal y el talento verbal encontrarán en Esa ciudad una revelación como hacía tiempo no conocíamos.
La higuera (Tusquets) Ramiro Pinilla
En este año de conmemoraciones fratricidas, de ajustes y desajustes en torno a la Memoria Histórica, de esquelas y de peleas goyescas -y grotescas- sin más armas que las tibias de nuestros antepasados, surge esta novela sobre la Guerra Civil, atravesada por los ojos sin párpados de un niño de 10 años que presencia, inerme e inerte, el asesinato, a manos de unos militantes de Falange, de su padre y hermano. Amparado en la noche, los entierra en una tumba sin nombre, en una tierra de nadie, y planta encima un hijuelo de higuera, junto a la que permanecerá durante años en un acto de contrición y aceptación de culpa, uno de aquellos matones desgajado de la jauría. Aquel acto de barbarie se convierte, en este buen relato del escritor Ramiro Pinilla, en una acertada metáfora sobre la superioridad moral de las víctimas y la necesidad de no olvidar: como símbolo ahí está esa higuera regada noche a noche.
La fortuna de Matilde Turpin (Planeta) Álvaro Pombo
Al premiar a Álvaro Pombo, Planeta hizo algo mucho más importante que premiar a un autor. Se premió a sí misma y a los lectores con literatura con mayúsculas. Unos días antes del fallo, se rumoreaba el nombre del autor cántabro. Claro, ésa no era la cuestión. Para algunos, probablemente la cuestión fuese con qué libro iba Pombo a aceptar el premio. Conociendo su narrativa, un universo recurrente de temas y marcas estilísticas de casi imposible recambio coyuntural, hubiese sido muy difícil imaginar cualquier pirueta para adelgazar la exigencia estética y la dimensión reflexiva que Pombo siempre insufla a sus novelas. Ejemplar es el dibujo del larvado rencor que se puede esconder durante años en una pareja (entre Matilda y Juan Campos). Y esa escritura versátil, elástica, incisiva.
Ninguna necesidad (Mondadori) Julián Rodríguez
Despojamiento y atomización podrían valer a primera vista para decir la originalidad del escritor, y editor de Periférica, Julián Rodríguez, pero faltarían demasiados pedazos de sus inquietudes lacónicas. Están en forma de esquirlas más líricas que narrativas que tratan de la muerte y la memoria, el sexo y el sentido, incrustadas en los retales vivos de unos pocos días de vacaciones en Lisboa. Ni la vida en el hotel o las playas, ni tan siquiera la memoria del dolor se ponen nunca el sombrero de drama, sino, a lo sumo, de ironía que tira con fuerza hacia el absurdo, la falta de sentido o la renuncia misma al sentido. Ninguna necesidad ha obtenido este año el Premio Ojo Crítico que otorga el programa de Radio Nacional de España.
Travesuras de la niña mala (Alfaguara) Mario Vargas Llosa
Si uno ha leído El paraíso de la otra esquina, encontrará sin lugar a dudas alguna de las claves narrativas que tanto hipnotizan en Travesuras de la niña mala. Por ejemplo, la construcción del personaje de la niña mala nos recuerda la misma maestría con la cual Vargas Llosa concibió el transcurso vital y posterior decadencia física de Flora Tristán. Ese dibujo doloroso, pero a la vez operístico y melodramático, es lo que hace de la heroína de su última novela que uno quede atrapado (para no querer salir) entre los hilos de sus fisuras morales y la compleja lucidez de sus transgresiones. Es el placer de volver a la gran literatura del siglo XIX, sin que nunca sepa a revisión o pastiche.
Todos se van (Bruguera) Wendy Guerra
Partió de tópicos peligrosamente fáciles: el diario de una niña, púber y adolescente mala, ligeramente amoral; una sociedad -Cuba- sometida, extenuada, proclive a la delación y la traición; unos adultos claudicantes y violentos, unos amores previsibles y frustrantes. No obstante, con notable pericia, los convirtió en otra cosa: en los motivos de una severa reelaboración de todos esos lugares a través de una escritura tensa e irónica. Al fondo del relato, su gran hallazgo: una errática figura de madre, a medias resistente, a medias loca, que confiere a esta primera novela una fuerza rara, casi clásica. Todos se van obtuvo este año el Premio Bruguera en su primera edición. El jurado tenía un único miembro: Eduardo Mendoza.
La piedra en el corazón (Galaxia Gutenberg /Círculo) Luis Mateo Díez
Con el telón de fondo de unas ambulancias rasgando como rayos el firmamento de la convivencia, llevando a ciegas bultos de dolor, una familia rota por su propio sufrimiento, herida de muerte por el silencio de sus vidas, una pareja desamarrada por la cruel enfermedad mental de su hija se busca y se enfrenta, se encuentra y se aleja, en un tenso, hermoso y emotivo juego de tres en raya, sin que ninguno -padre, madre e hija- consiga, jugadores y piezas del juego a la vez, lo que desea. Luis Mateo Díez ha escrito una extraordinaria novela elegíaca, lírica en ocasiones -hay capítulos como poemas en prosa-, sobre débitos y culpas, sobre el daño que causamos y el daño que nos causan, sobre el silencio, esa trinchera donde escondernos o donde nos descubren. Y encima de sus cabezas -las de ellos-, un televisor sin sonido, en lo alto, en un bar, con las imágenes del 11-M. Aquel día.
El abrecartas (Anagrama) Vicente Molina Foix
Había sido ya premio Herralde en 1988 con La quincena soviética, pero ésta ha sido su novela más compleja y vibrante. Son cartas personales las que cuentan las historias de personalidades reales (García Lorca o Vicente Aleixandre, Antonio Maenza o Ramón Serrano Suñer) y personajes de ficción. No sólo se logra cruzarlos entre sí y mostrar las tramas secretas de nuestras vidas, sino teñirlo todo -la vida privada y pública- del afán de verdad: explorar los dramas que engendró la guerra y mimar por dentro las frustraciones que de ahí nacieron, los caminos abortados, las sexualidades reprimidas o directamente mentidas.
Esa ciudad (Bruguera) Javier Pastor
La prosa castellana alcanza algunas de sus notas más altas cuando es pulsada por esta emoción dominante: la indignación. Cervantes, Larra, Sánchez Ferlosio tienen grandes momentos de ira sublimada (contra la atrevida estupidez, sobre todo). Javier Pastor (Madrid, 1962) es hoy el único exponente de esa estirpe, la del castizo "liarse la manta a la cabeza". No como energúmeno mesetario, sino en una escritura traspasada de ironía inteligente, que hace cantar de furia a la lengua y desborda los cauces burocráticos de la ficción. Quienes busquen en una novela sólo peripecia y personajes arquetípicos verán en Pastor a un impertinente. Pero quienes crean que la gran literatura tiene que ver, aún hoy -como en Joyce o en Céline-, con la inventiva formal y el talento verbal encontrarán en Esa ciudad una revelación como hacía tiempo no conocíamos.
La higuera (Tusquets) Ramiro Pinilla
En este año de conmemoraciones fratricidas, de ajustes y desajustes en torno a la Memoria Histórica, de esquelas y de peleas goyescas -y grotescas- sin más armas que las tibias de nuestros antepasados, surge esta novela sobre la Guerra Civil, atravesada por los ojos sin párpados de un niño de 10 años que presencia, inerme e inerte, el asesinato, a manos de unos militantes de Falange, de su padre y hermano. Amparado en la noche, los entierra en una tumba sin nombre, en una tierra de nadie, y planta encima un hijuelo de higuera, junto a la que permanecerá durante años en un acto de contrición y aceptación de culpa, uno de aquellos matones desgajado de la jauría. Aquel acto de barbarie se convierte, en este buen relato del escritor Ramiro Pinilla, en una acertada metáfora sobre la superioridad moral de las víctimas y la necesidad de no olvidar: como símbolo ahí está esa higuera regada noche a noche.
La fortuna de Matilde Turpin (Planeta) Álvaro Pombo
Al premiar a Álvaro Pombo, Planeta hizo algo mucho más importante que premiar a un autor. Se premió a sí misma y a los lectores con literatura con mayúsculas. Unos días antes del fallo, se rumoreaba el nombre del autor cántabro. Claro, ésa no era la cuestión. Para algunos, probablemente la cuestión fuese con qué libro iba Pombo a aceptar el premio. Conociendo su narrativa, un universo recurrente de temas y marcas estilísticas de casi imposible recambio coyuntural, hubiese sido muy difícil imaginar cualquier pirueta para adelgazar la exigencia estética y la dimensión reflexiva que Pombo siempre insufla a sus novelas. Ejemplar es el dibujo del larvado rencor que se puede esconder durante años en una pareja (entre Matilda y Juan Campos). Y esa escritura versátil, elástica, incisiva.
Ninguna necesidad (Mondadori) Julián Rodríguez
Despojamiento y atomización podrían valer a primera vista para decir la originalidad del escritor, y editor de Periférica, Julián Rodríguez, pero faltarían demasiados pedazos de sus inquietudes lacónicas. Están en forma de esquirlas más líricas que narrativas que tratan de la muerte y la memoria, el sexo y el sentido, incrustadas en los retales vivos de unos pocos días de vacaciones en Lisboa. Ni la vida en el hotel o las playas, ni tan siquiera la memoria del dolor se ponen nunca el sombrero de drama, sino, a lo sumo, de ironía que tira con fuerza hacia el absurdo, la falta de sentido o la renuncia misma al sentido. Ninguna necesidad ha obtenido este año el Premio Ojo Crítico que otorga el programa de Radio Nacional de España.
Travesuras de la niña mala (Alfaguara) Mario Vargas Llosa
Si uno ha leído El paraíso de la otra esquina, encontrará sin lugar a dudas alguna de las claves narrativas que tanto hipnotizan en Travesuras de la niña mala. Por ejemplo, la construcción del personaje de la niña mala nos recuerda la misma maestría con la cual Vargas Llosa concibió el transcurso vital y posterior decadencia física de Flora Tristán. Ese dibujo doloroso, pero a la vez operístico y melodramático, es lo que hace de la heroína de su última novela que uno quede atrapado (para no querer salir) entre los hilos de sus fisuras morales y la compleja lucidez de sus transgresiones. Es el placer de volver a la gran literatura del siglo XIX, sin que nunca sepa a revisión o pastiche.
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