La Navidad se ha convertido en sinónimo de consumo, de gasto en regalos y celebraciones como reflejo del bienestar económico, de un ritual convertido en obligación social y de la búsqueda del disfrute personal en obsequiar y ser obsequiado.
Este año el importe medio del gasto familiar va a ascender a 904 euros por hogar, según las estadísticas más fiables. De esa cantidad, 520 euros se destinarán a la compra de regalos, mientras que una cuarta parte del gasto total -esto es, 218 euros- se dedicará a surtir las mesas de alimentos en las celebraciones familiares. Obviamente, nada hay más libre que la elección de las compras navideñas, aunque tampoco hay nada más enriquecedor que un consumo racional que, además de a los gustos y a los dictados de la moda y la novedad, responda a necesidades reales. En este sentido, el gasto en cultura no sólo fomenta el conocimiento, despierta la imaginación y procura un entretenimiento enriquecedor. Estimula también la creación y respalda a los creadores. Algo especialmente conveniente teniendo en cuenta que, según el último Anuario de Estadísticas Culturales, cada español gastó en todo el año 2005 poco más de 243 euros en libros, cine, teatro, música y museos; cantidad que ni siquiera llega a la mitad de lo que se dedicará en cada hogar a la compra de regalos en este período navideño. Sólo el gasto personal y familiar en equipos y programas relacionados con la sociedad de la información y las nuevas tecnologías parece paliar en alguna medida semejante desequilibrio. La participación de los ciudadanos en la gestación y en el consumo de la producción cultural compete en los modernos Estados a unas políticas públicas que destinan a tal efecto una parte importante de sus presupuestos. Junto a ello, también las entidades privadas, con su mecenazgo, y las industrias del sector contribuyen con sus iniciativas y servicios a un desarrollo cultural de indudable utilidad pública. Sin embargo, son los propios ciudadanos con sus opciones y hábitos de tiempo libre y con sus decisiones de consumo los que favorecen y promueven en última instancia la extensión cultural, la solidez de los diversos proyectos y la economía de artistas y creadores. De ahí que merezca la pena que el valor cultural que entraña cada bien propicio a ser regalado determine las prioridades de compra. Por ello, y porque ese valor cultural propiciará un disfrute duradero a quien acceda a él.
Gastar en cultura es invertir en saber y progreso; en libertad y en convivencia.
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