6 de noviembre de 2006

Pena de muerte

El dictador iraquí Sadam Husein al-Takriti fue condenado a la horca ayer por un tribunal que le encontró culpable de la muerte de 143 personas en la aldea chiíta de Dujail, acusadas de formar parte de un complot para asesinar al propio dictador en 1982.
La sentencia, impuesta también a otros dos altos funcionarios del régimen baasista, parecía anunciada. El proceso seguido contra el expresidente iraquí y otros mandatarios ha sido objeto de críticas debido a la presión ambiental a la que se ha visto sometido, habiendo suscitado dudas sobre las garantías que concurrían de cara a la defensa legal de los acusados. Esas dudas llevaron a la organización norteamericana Human Rights Watch a advertir sobre las deficiencias del proceso. Sin embargo, parece comprobado que la resolución judicial se basa en una instrucción minuciosa, la defensa ha podido desarrollar su cometido y el proceso ha respetado las normas de enjuiciamiento establecidas tras la caída de citado régimen. El problema es que la legalidad instaurada en Irak incluye la pena de muerte, que había sido suspendida durante la etapa de transición administrada por Paul Bremer. Los constituyentes iraquíes la reintrodujeron, alineándose así con una práctica que atenta contra el derecho inalienable a la vida y dando cauce a la condena dictada ayer. La constitucionalización de la pena de muerte en Irak no fue ajena al proceso judicial previsto contra Sadam Husein y otros dirigentes de su régimen.
La decisión de poder llevar la acción punitiva de las normas penales al límite de aplicar la muerte al reo respondió en buena medida a la intención de que la Justicia fuese administrada para enterrar definitivamente a los jerarcas que encarnaron la temible dictadura. La sentencia, respaldada por una amplia mayoría de kurdos y chiíes, se ha convertido para la población sunní en una noticia que podría realimentar la espiral violenta y el clima guerracivilista que atenaza al país. Sobre todo si finalmente Sadam es ejecutado. Pero, incluso más allá de las terribles vicisitudes que soporta la población iraquí y que podrían agravarse con la condena dictada, es imprescindible evitar que la persistencia de la pena de muerte en la legislación de diversos países se acomode en la conciencia colectiva por el hecho de que el condenado sea un personaje de tan abominable trayectoria.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

La necesidad de imponer un castigo la marca nuestro sentido de la justicia, y justo es que éste lleve a la rehabilitación, aunque desgraciadamente esto no llegue a convertirse en realidad en todos los casos.
Las ganas de que "otro" muera las marca el odio...Seamos más justos y odiemos menos.
Saludos y Sonrisas!!

Anónimo dijo...

Primero que estoy en contra de la pena de muerte y segundo que su muerte puede servir para que algunos le vean como un martir, asi que la mejor solucion es ponerle a trabajar por el bien de la sociedad que tanto daño ha hecho.
Besos

Anónimo dijo...

Hay personas que no tienen derecho a la vida, pero NADIE tiene derecho a quitársela.

Unknown dijo...

Estoy de acuerdo con las tres opiniones aqui reflejadas por Ana2, Sonia y In I go.

La pena de muerte es injustificable sea cual sea el motivo, un Estado no puede convertirse en un Estado asesino por execrables que sean los crímenes cometidos.

Muchas gracias

Anónimo dijo...

Si la recuperación de una justicia libre e independiente es un paso adelante en la reconstrucción de un país como Irak, la condena a muerte de Sadam Husein (o de quien sea) no puede entenderse más que como un grave retroceso. Por muy graves que hayan sido sus crímenes, la pena capital iguala al reo con sus jueces, convirtiéndolos en verdugos, y alimentando el odio. El deseo de justicia no debe ser confundido con el de venganza, y si Irak se guía por preceptos como la pena de muerte, su destino se prevé más negro aún de lo que ya se atisba.

Napoleón Pérez Farinós (Madrid)

Anónimo dijo...

Quien roba a un ladrón no tiene cien años de perdón, quien roba a un ladrón es otro ladrón. Y quien mata a un asesino es otro asesino. Sadam Husein ha sido condenado a muerte por las numerosas tropelías que ha cometido. Al margen del error político que esto supone, por las numerosas reacciones violentas que esta excusa va a propiciar, es un error moral castigar a alguien por cometer determinadas acciones, aplicándole la misma acción a él. ¿Cómo puedo explicarle a un niño que no debe pegar a nadie mientras le estoy pegando para decírselo? La pena de muerte hace que quienes la aplican bajen a la altura moral de quien la recibe, y yo no quiero que personas salvajes y asesinas como Sadam Husein consigan encima que nos rebajemos a su altura moral para castigarlas, contemplando con frialdad e incluso agrado el que cuelgue de una soga hasta morir asfixiado; o ¿acaso si nos topamos con un torturador vocacional nos vamos a dedicar a torturarlo sanguinariamente como castigo?, ¿o violaremos a los violadores?. Nosotros no podemos ser como ellos. Puede que las víctimas de éste cruel personaje vean con agrado esta sentencia, es entendible pues han sufrido en sus carnes los despiadados ataques de este ex-dictador, pero se supone que si se delega la justicia en manos de terceros es precisamente para evitar que el dolor de las víctimas, que nunca puede ser objetivo y sereno, se convierta en la mano justiciera del acusado. Y si no, siempre nos queda volver al salvaje oeste, con sus linchamientos, venganzas personales, ley del más fuerte etc. Que conste que la justicia de hoy en día, con sus retrasos, injerencias, presiones, corrupciones etc. no es algo que me inspire mucha confianza, pero siempre será mejor que la ley del más fuerte. Que a Sadam le pongan a trabajar para las comunidades que más haya reprimido, que conozca de primera mano el dolor que ha causado, que viva como vivió su pueblo, en la pobreza, o por lo menos con lo justo, que duerma en una celda, que sepa que su tiempo y lo que en él produzca va a ir destinado a quien maltrató con odio durante tanto tiempo. Creo que sería, por lo menos, más productivo para la humanidad que verle colgando de una soga, y sobre todo, menos denigrante para nosotros mismos.
Sandra Guzmán González (Mérida)

Anónimo dijo...

Que Sadam Hussein no es una hermanita de la caridad todos los sabemos pero su condena a muerte, casualmente en las horas previas a las elecciones en EEUU, no hace sino demostrar que el llamado mundo libre adolece de las mismas trágicas miserias que critica en otros regímenes. La pena de muerte nunca es la solución y por más que vaya a suponerle más votos a George W. Bush, es una vergüenza contra la que la Unión Europea, contraria al castigo capital, debería de reaccionar y dejar de demostrar el servilismo habitual hacia las decisiones que, en el fondo, provienen de la Casa Blanca. Permitir que Sadam acabe colgado de una cuerda es perder toda autoridad moral para defender las libertades y a mi juicio, quien así lo decide y quien lo consiente, no vale ni un ápice más que el condenado.
Pilar Izquierdo Teruel (Illescas, Toledo)

Anónimo dijo...

Occidente invade Irak para llevar la democracia y la libertad. Se acaba condenando a muerte al dictador, en un juicio que ciertamente no ha reunido las mejores condiciones de imparcialidad. Lamentable. Pero no sé que es lo próximo que hará mal Occidente en aquella zona. Acaso convenga recordar que Sadam Husein fue armado y sostenido por Occidente durante mucho tiempo y que cumplió el papel que occidente le encargó contra sus vecinos ya fueran éstos kurdos o chiies iraníes. Eran otros tiempos.
Julio González García

Anónimo dijo...

Caben pocas dudas sobre la abominación que merece el sátrapa Sadam Husein, un tirano repugnante que se ensañó con su propio pueblo, cometió horrendos delitos contra la humanidad, arrastró a su país a guerras inicuas y, finalmente, lo abocó a la destrucción actual, a caballo entre la ocupación extranjera y la guerra civil.

Pero, dicho esto, hay que añadir que resulta asimismo abominable la explotación claramente electoralista que está haciendo el presidente norteamericano Bush de la condena a muerte de Sadam Husein, un castigo degradante e inhumano impuesto por un tribunal títere apenas dos días antes de que se celebren unas vitales elecciones en Estados Unidos.

El todo vale, incluso la utilización de la carroña y la excitación de los instintos vindicativos más primarios de los conciudadanos, es un método indigno de proselitismo en la primera democracia de la tierra, que probablemente aprovechará la ocasión para decretar el declive del peor presidente de la historia moderna de los Estados Unidos.

P.V.

Anónimo dijo...

La condena a muerte de Sadam Husein, pendiente de apelación es cierto, merece el mismo rechazo que todas las penas de muerte en cualquier Estado digno de tal nombre. La condena a muerte, sea en la horca, en la silla eléctrica, o con los modos más sutiles de algunos Estados (pienso en algunos encargos a las mafias para eliminar a los adversarios), es una aberración moral de las Sociedades Democráticas y de los Estados en que ellas intervienen. Cuando el Estado de Derecho ha detenido al delincuente, cualquiera que éste sea, no hay razón moral para quitarle la vida, porque ni amenaza ya la nuestra, de manera que su muerte sea el último recurso que nos queda, ni es una pena que busque rehabilitar al asesino, ni repara el daño anteriormente cometido. Por el contrario, la pena de muerte contra Sadam Husein, (ahora debiera decir yo para exculparme, del dictador y genocida Sadam Huseim), y todas, rebaja el nivel moral de la sociedad iraquí, ¡y de las nuestras!, al plano de la venganza, quiebra nuestras convicciones sobre el valor de la vida humana, representa una injusticia colectiva, restablece el “ojo por ojo”, y, para los cristianos, una manera muy grave de ignorar que la vida es sagrada. Me parece necesario recordar todo esto, también en este caso.

José Ignacio Calleja Sáenz de Navarrete, Profesor de Moral Social Cristiana (Vitoria-Gasteiz)

= / enzo / = dijo...

La pena de muerte es la forma más extrema de pena cruel, inhumana o degradante.
La pena de muerte constituye una violación del derecho a la vida.
No estaría de acuerdo ni aún si el ajusticiado fuera el mayor asesino y ladrón de nuestra historia: Pinochet

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