No es lo mismo arte que hartar.
No es lo mismo el verde-golf que, de nuestra tierra, el ocre color.
Estos versos vienen a cuento después de una intensa semana en la que se ha debatido, y la prensa así nos lo ha hecho saber, el papel de sostenibilidad que juegan los campos de golf, según afirman los participantes en el Congreso Anual de la Asociación de Golf Europa. Tanto las notas de prensa como las conclusiones del propio congreso dejan muchas incertidumbres sobre ecología, desarrollo sostenible y la utilización de los recursos naturales de nuestra tierra. Veamos: un campo de golf no es más que un elemento nuevo del sistema productivo en el que vivimos. Es decir, alguien expone su dinero para rentabilizarlo, en este caso en forma de material verde. Se trata pues de ganar más dinero del que se ha expuesto como inversión. Sin embargo, no hay que olvidar, que los campos de golf consumen recursos naturales, entre ellos mucha agua, que impactan sobre el territorio y sobre las especies de plantas y animales y que, en definitiva hay que regularlos como actividad productiva que es. Así, que no deja de sorprender la etiqueta de ecológico con la que se quiere bautizar a una actividad económica, hoy día muy rentable. Pero sorprende aún más cuando se sabe que, si no hay quien lo remedie, habrá campos de golf en medio de un espacio protegido como el de La Zerrichera, y que más de uno y de dos se ubicarán en el litoral, hoy virgen (pero no verde), de Cabo Cope, por no contar los que ya están en todo su apogeo en las estepas murcianas del interior.Pero sobre todo sorprende que un profesor de la Universidad de Córdoba afirme que los campos de golf potencian la biodiversidad en su entorno. Permítanme una brevísima lección de ecología básica. Este aumento de la biodiversidad en los alrededores de un campo de golf no es más que lo que en Ecología denominamos «efecto borde», en el cual los recursos naturales que utilizan las especies, para alimentarse, por ejemplo, están removidos (alterados), de manera que muchas pueden acceder a ellos con relativa facilidad y así, cuando calculamos la diversidad mediante una ecuación, el valor que se obtiene es bastante alto. Pero ese alto valor de diversidad se debe a que las especies que allí aparecen son las menos exigentes, las más oportunistas las que, en definitiva, están en todo el territorio. Se pierden sin embargo, las especies más exigentes, que necesitan una alta calidad del medio para sobrevivir, que suelen ser las más desprotegidas y a las que hay que prestarles más atención para que sigan con nosotros. En definitiva, que no es lo mismo ser que estar. Ni es lo mismo cantidad que calidad
Mª Rosario Vidal-Abarca Gutiérrez es profesora del Departamento de Ecología e Hidrología.
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