Hace tan sólo unas décadas, cuando uno hablaba de la familia española no había dudas de a qué se refería. Igual que la patria, la familia era una, grande... y eso. Un padre, una madre, dos, tres, cuatro hijos o los que Dios mandase, la abuela o el abuelo. Familias en blanco y negro viviendo en un angosto piso de alguna ciudad dormitorio, el nuevo invento del desarrollismo español...
En la mesa, mantel de hule a cuadros rojos o verdes, vajilla Duralex transparente o verde, rechonchos vasos llenos de tinto peleón (¿denominación de origen?; ¿qué es eso?) o de agua del grifo (¿embotellada?: un lujo innecesario). Todo, frente a un televisor con dos canales en un saloncito-comedor de paredes cubiertas por un insufrible papel pintado. Sobre los platos, mucha legumbre, alguna verdura, poca carne, menos pescado, tortilla, empanadilla, una gastronomía que sin llegar a la supervivencia rozaba un obligado ascetismo.
Hoy siguen existiendo las vajillas Duralex, pero casi es lo único que ha sobrevivido de ese retrato en sepia. Hoy un hogar es un amplio conjunto de posibilidades de consumo en manos de los expertos en marketing: Las parejas con niños, que constituyen el colectivo mayoritario (26.5 % del total); dentro del colectivo de hogares emergentes, las parejas adultas sin hijos (9.2 % de la población) que comparten las preocupaciones de los retirados, pero gastan más en carne, frutas, hortalizas, pan y refrescos. Los adultos independientes (6.6 %), que se caracterizan por un hedonismo no reñido con las dietas y la salud y dedican la mayor parte de su desembolso a hacerse con pescados, pan frutas y bollos. Los jóvenes independizados (4.5 %) autocalificados como "innovadores e impulsivos", que lo que quieren es ahorrar tiempo, y por ello apuestan por los platos preparados, la bollería, los refrescos, la carne y los refrescos.
Sí. Duralex sigue estando con nosotros, pero todo lo demás ha experimentado un gran cambio.
Menos mal!!!!
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