14 de octubre de 2011

Está en manos de la ciudadanía su propia liberación


La degradación de la vida política, económica y social de este país está alcanzando cotas importantes. Millones de familias viven en condiciones lamentables mientras se entregan cantidades económicas considerables para despedir a ejecutivos incompetentes. El Estado inyecta grandes sumas a entidades financieras y recorta prestaciones sociales.


Hablar de democracia en este contexto es una falacia.


La crisis que estamos padeciendo no es sólo económica, sino de valores morales. Hay una generación que ha vivido en un mundo en el que parecía que la felicidad consistía en poseer objetos de consumo sin tener en cuenta su utilidad. Sucumbimos a la tentación consumista que nos incitaban los mismos que hoy en día se apresuran a despojarnos de los bienes más apreciados como la vivienda. Sin escrúpulos, desahucian a familias incapaces de hacer frente a las deudas que contrajeron en épocas de bonanza económica.


La Constitución de 1978 que, en teoría, reconoce el derecho a la vivienda, a un trabajo y a un salario digno, se ha convertido en papel mojado y moneda de cambio para satisfacer intereses espúreos.


La transición, que parecía un modelo de convivencia pacífica adecuado para pasar de un régimen fascista a una democracia moderna, es hoy un lastre que impide el desarrollo moderno de la sociedad.


El culto al dinero fácil ha sido oficialmente alentado desde las más altas instancias. Carlos Solchaga, ministro de Economía en el Gobierno socialista de Felipe González, lanzó el grito "liberticida" de : ¡¡¡Enriqueceos!!!. La clase política, toda, se apresuró a servirse los mejores bocados. Buenos salarios, emolumentos elevados y una serie de privilegios por encima del ciudadano medio. La democracia interna de los partidos es la gran ausente. La actividad política profesional se ha convertido en un refugio confortable para los profesionales mediocres. La corrupción se ha convertido en una gangrena que amenaza a todas las instituciones del Estado. Ante este panorama desolador, ¿queda algún espacio para la esperanza?


A pesar de todo, soy un optimista. Creo que está en manos de la ciudadanía su propia liberación. Hay que apoyarse en los sectores políticos menos contaminados. No debemos delegar la defensa de nuestros intereses durante cuatro años a unos partidos y echarnos a dormir. Reforzar el movimiento 15-M y participar en la vida política es una tarea necesaria. Los jóvenes tienen que sentir el apoyo de toda la ciudadanía. Otra sociedad es posible si somos capaces de construirla entre todos. Elaborar un programa posible y atractivo, que proteja al ciudadano y sus derechos a una vivienda digna, a un trabajo y a un salario digno. Banca pública, impuestos progresivos, no permitir recortes en la sanidad ni en la educación. Escuela públicas, no subvencionar a la Iglesia. Trabajar ya por la República. No podemos permitirnos el lujo de mantener una dinastía ociosa y cara.


Hay que redistribuir la riqueza para que no haya estas situaciones injustas.


Tenemos que trabajar para construir una sociedad cuya finalidad sea la felicidad de todos y todas.



MANUEL ORTEGA






Se habla más de todo esto AQUÍ

1 comentario:

Unknown dijo...

Pues lo siento pero yo estoy de un pesimista galopante.

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