6 de noviembre de 2008

Los problemas tras la euforia

Se suele decir que un buen político hace campaña en poesía y gobierna en prosa. El talento de Barack Obama para lo primero es bien conocido, mientras que su capacidad para lo segundo habrá de evaluarse en breve. Y el contraste con las jornadas de euforia puede ser marcado.

Nadie mejor que Obama sabe de la necesitad de gestionar las expectativas que su propio carisma ha suscitado.

Hace unos días aseguraba, con mucha ironía, que «el rumor popular de que nací en un pesebre no es verosímil: la verdad es que nací en Krypton y mi padre me mandó aquí para salvar el planeta».
Salvador o no, el todavía senador ha de actuar deprisa. Le esperan una multitud de problemas de gran complejidad que precisan ser acometidos ya de cara al momento inaugural que supondrá la jura de su cargo el 20 de enero.

Los cambios y movimientos que se están produciendo en la geopolítica internacional avanzan en contra de la seguridad de EE UU, su reputación está por los suelos en muchas partes del mundo y, por si fuera poco, el país se enfrenta a su peor crisis económica desde los años 30. En los próximos días Obama nombrará su gabinete y equipo, una elección con incógnitas dado que se ha rodeado en su larga campaña de 300 asesores y del apoyo de políticos veteranos. Pero sean quienes sean los escogidos, éstas serán algunas de sus prioridades ineludibles.


Una economía en crisis.
La situación actual de EE UU es todavía muy precaria. Con el país sumido en la zozobra financiera, con déficit exterior y crecientes niveles de endeudamiento público y privado, apenas queda margen de maniobra para tratar de prevenir una recesión profunda. En apenas diez días está convocada la cumbre del G-20, posiblemente más importante por su simbolismo que por las decisiones que se adoptarán en ella, aunque algunos la hayan identificado como un Bretton Woods II. Parece que Obama no piensa acudir a la cita, pero es obvio que sin él los resultados de la reunión serán aún más limitados. Sea como fuere, a partir de enero tendrá su primera oportunidad para demostrar su capacidad de liderazgo global.

Abandonando el unilateralismo de su predecesor, Obama, su equipo y el G-20 habrán de diseñar instituciones, códigos y reglas eficaces para que el sistema financiero global funcione más eficazmente en el siglo XXI.


El poder inteligente.
La elección de Obama mejorará por sí misma la reputación e imagen de EE UU en muchos lugares del mundo. Pero realmente, ¿qué quiere hacer él y en qué se traducirá ese efecto? El nuevo presidente se ha comprometido a cerrar la base de Guantánamo -como lo habría hecho también McCain- y, si lo hace pronto, constituirá un gesto simbólico importante para la comunidad internacional.

Son muchos los estudios que vienen apuntando a un declive relativo de la superpotencia, por lo que la pregunta clave es cómo piensa Obama gestionar ese escenario. En contraste con la Administración Bush, él no cree que sea posible ni deseable que su país mantenga una política de go it alone («hacerlo solo»). Veremos así más énfasis en el uso del smart power (el «poder inteligente»), en el impulso a la colaboración y cooperación intentando utilizar a su favor el afianzamiento de Estados Unidos en los foros internacionales y las relaciones bilaterales. Pero ojo: EE UU continúa siendo el país más poderoso del planeta y seguirá abanderando sus propios intereses. Intereses que Obama no dejará de defender.

Energía y el medio ambiente.
La dependencia de EE UU en el suministro de energía procedentes de países o regiones conflictivos ha supuesto una preocupación recurrente para los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca, dado que los norteamericanos importan el 70% de su demanda energética. A este déficit hay que añadir ahora la presión social -no menor entre los jóvenes que ha votado masivamente por Obama- para que EE UU actúe como un estado puntero en el desarrollo de fuentes alternativas y renovables. El compromiso electoral del presidente es dedicar una inversión cuantiosa a las segundas, lo que para algunos de sus seguidores representa la prueba de fuego de su mandato. Si la crisis económica no le permite invertir los fondos prometidos o las inversiones no ofrecen los resultados esperados, el recién elegido presidente puede tener un problema durante cuatro años más. Por lo querrá empezar con
el programa cuanto antes.

Dos guerras y una amenaza.
EE UU está involucrado en dos guerras en Oriente Medio, una de las regiones más inestables del mundo. Obama quiere retirar tropas estadounidenses de una (Irak) y enviar más a la otra (Afganistán), con el objetivo de que países europeos como España y Alemania incrementen sus esfuerzos en el combate contra los talibanes. Antes de la cumbre de la OTAN de abril, pedirá compromisos concretos. Junto a ello, Irán prosigue con su programa nuclear, desafiando a la comunidad internacional.

Le toca a Obama decidir qué hacer, y se acaba el tiempo.

David Mathieson es asociado de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE).

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