18 de septiembre de 2008

Crisis del liberalismo inmoral


Por una vez creía que el mercado y su ley de la oferta y la demanda me iban a beneficiar para que mi hijo segundo y su novia adquirieran un piso en condiciones ventajosas. He comprobado directamente que no es así y mira que he echado mano de todos los amigos y conocidos que tengo en el sector financiero murciano.

Con el sector inmobiliario en crisis y el mercado de la vivienda por los suelos, se han endurecido las condiciones de acceso al crédito hipotecario de la vivienda que contrataron hace año y medio: el precio pactado con el promotor no ha bajado; tienen que subrogarse el préstamo del mismo en peores condiciones; baja la cuantía del 100% de la vivienda al 80%, que no llega para el precio y los gastos; si la entidad financiera es diferente, te incorporan comisión de apertura y cancelación del anterior; duplican el diferencial sobre el euríbor, exigen seguro de vida a los dos, seguro de amortización, asegurar la casa, fondo de pensiones, domiciliar la nómina y tarjeta en la entidad y un saldo medio mensual de tres mil euros. Y durante los próximos cuarenta años, hasta que cumplan setenta, a pagar unos 1.100 euros al mes; doscientos a cuatrocientos euros por seguro de vida o amortización y otros tantos de seguro de la vivienda; ¡vamos, condiciones asequibles a la mayoría de jóvenes!

El mercado es inútil como regulador, porque para estos jóvenes, ¿quién tiene la culpa de que esto suceda? Parece ser que la tiene el estallido de la burbuja financiera, inmobiliaria y tecnológica, generada en EE UU, que se deriva a todo al mundo, mientras los bancos centrales y la Reserva Federal están centrados en dotar de liquidez a un grupo de frescos enriquecidos con la especulación y que pueden proyectar a todo el mundo la crisis y desempleo. Vamos que «la mano invisible del mercado», de Adams Smith, se ha ido de vacaciones.

El Banco Central Europeo, tan timorato en los tipos de interés que pagamos todos, ha salido en ayuda del sector financiero más especulativo con una inyección de setenta mil millones de euros en un solo día y la ultraliberal administración Bush ha nacionalizando la aseguradora AIG, que ha pasado de ser en 2007 una entidad récord en beneficios -más de 3.000 millones de euros, repartidos a sus accionistas y personal directivo- a necesitar 60.000 millones de dólares. La Reserva Federal de EE UU lleva entregados en los últimos meses más de seiscientos mil millones de euros en créditos en subastas temporales de liquidez o inyecciones a empresas financieras o inmobiliarias. En suma, no hay dinero para los más necesitados, pero encuentra dinero para tapar los trapicheos especulativos de los más ricos.

La CEOE reclama un paréntesis en el libre mercado y pide la intervención del Gobierno para atajar la crisis y, a la misma vez, Esperanza Aguirre anuncia la privatización de la empresa Canal de Isabel II, que gestiona el agua de los madrileños, junto con Telemadrid, cuando ya ha privatizado y a la vez deteriorado al máximo la enseñanza y la sanidad pública. ¡Cómo están los liberales de este país! No me extraña nada la angustia ideológica en la que se instala hoy el PP y esa batalla interna que lidera doña Esperanza de liberales contra progres intervencionistas, porque la derecha española pasó de perseguir hace unos años a los liberales que abogaban por la libertad y el papel del individuo, a ser ultraliberal en lo económico y conservador autoritario en l
as formas de vida y tipo de sociedad.

Con lo que he tenido que oír en la tribuna del Congreso sobre lo obsoleto de la izquierda cuando proponía que el Estado frenara la privatización del sector público emergente y regulara los servicios públicos y las condiciones en que se prestaban o cuando he planteado que se dote de derechos sociales al crecimiento económico destinando a ello, vía impuestos, parte de los beneficios generados por la economía. Los mismos que ahora piden esta intervención, nos están pidiendo a los ciudadanos austeridad, menos salarios, desregulación laboral en la contratación y escaso papel de los servicios públicos de empleo en la intermediación laboral no predican con el ejemplo.

Estos liberales dicen no a la intervención, cuando se trata de garantizar derechos o regular condiciones de transparencia en los negocios especulativos o de establecer impuestos directos; pero dicen sí cuando lo necesitan los ricos, para responder de sus despilfarros o atracos organizados o hacer frente a suspensiones de pagos o trasladar a la Seguridad Social vía prejubilaciones los despidos de las empresa en crisis o en quiebra. En lo que la derecha neoliberal no se equivoca nunca es en quién defiende: a los que hacen fortunas millonarias manejando el dinero y el trabajo de los demás, que cuando vienen mal dadas se van a su casa sin devolver lo que se han llevado y pidiendo que el Estado pague su desaguisado con el dinero de todos; nacionalizar cuando las cosas van mal y ha desaparecido el dinero, y privatizar cuando las cosas van bien y hay beneficios, al margen del interés general de los ciudadanos.

Estas medidas adoptadas por los gobiernos ultraliberales y los bancos centrales no son útiles para frenar la crisis, como lo demuestra la caída continuada de Wall Street y las Bolsas europeas, porque no solucionan el fondo del problema ni esclarecen la actuación de los que se han pasado de listos poniendo en circulación productos financieros con tanto riesgo; no abordan la regulación con figuras internacionales eficaces, ante el fracasado de los gobiernos y de los bancos centrales, inútiles para detectar e impedir estos estropicios. «Hemos dejado la zorra a cuidar las gallinas» y los que dirigen estos órganos, sin control de ningún tipo, son cabezas dogmáticas del liberalismo que hablan del dinero y se olvidan de la actividad productiva empresarial y de los ciudadanos que participan en la misma.

Pero, lo que es peor, estas medidas van en dirección contraria a corregir el error que nos ha llevado a esta explosión de la burbuja inmobiliaria y financiera, eminentemente especulativa, porque añaden liquidez en los mercados y abren una puerta de escape para estos bancos puedan seguir realizando lo que venían haciendo habitualmente, obteniendo así nuevos y más altos beneficios, porque son bancos especialistas en especular con productos financieros muy arriesgados. Además, no abordan la raíz del problema que ha generado esta explosión: acabar con la regulación tramposa que ha permitido que las finanzas internacionales sean auténticamente opacas, propensas a la corrupción, llenas de chanchullos, engaños y de riesgo extraordinario pero muy rentable para los especuladores.

Los gobiernos tienen la obligación de organizar y organizarse eficazmente, defender el interés general de los ciudadanos y regular en condiciones de transparencia el sector financiero, el energético y los demás para eliminar la especulación en la generación de riqueza de sus países, su entorno, sus estructuras productivas, para garantizar una participación de todos los ciudadanos en los beneficios de la economía en mejores condiciones sociales y en un desarrollo más sostenible de la misma.

Pedro Antonio Ríos, ex diputado por la Región de Murcia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Te entiendo perfectamente, pero lo que me extraña es que te hayas dado cuenta a estas alturas!

Las leyes no se hacen para proteger al pueblo, sino al capital. Quien manda no son los políticos, sino el capital.

Beneficios para el capital. Pérdidas para todos. Los tontos somos nosotros que lo consentimos.

"Los pastores serán brutales mientras las ovejas sean estúpidas"

Nosotros somos las ovejas.

:-(

Un saludo. Antonio.

Anónimo dijo...

Carlos ya te están dando caña en el blog ese del tío que está enamorado de ti.

¿Qué le das que loquito me lo llevas?

Dale un besito en la calva (que tiene envidia de tu pelo)

Matías

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