Esta sociedad está enferma. Sé que, formulada de esta forma, tal aseveración puede resultar demasiado contundente para algunos lectores. Pero empieza a ser hora de que todos nos planteemos, muy en serio, qué está pasando con nuestros hijos, y qué educación les estamos dando, para que cada semana nos encontremos con algún caso que nos retuerce las entrañas: un joven que mata a otro en una discoteca porque le había salpicado con la bebida, o porque le había mirado mal, o porque le había adelantado con el coche, o porque llevaba ésta o la otra camiseta, o tal o cual tatuaje... Hay que plantearse ya, de una vez por todas y muy en serio, por qué cada semana nos desgarramos con noticias de chavales, apenas unos críos, que golpean a sus profesores, que insultan o amenazan a sus propios padres o abuelos, que apalean a otros adolescentes mientras el resto de sus colegas les jalean y graban la hazaña con sus teléfonos móviles...
Escribo desde el estupor y la rabia que me han invadido esta tarde, al conocer que un joven de unos 22 años, irritado porque alguien le había rayado accidentalmente la puerta del coche, ha rastreado toda una urbanización de La Manga hasta dar con quien él consideraba autor del desperfecto. Y, convertido en juez de su propio pleito, le ha asestado supuestamente una paliza con la que se ha llevado a la tumba a un hombre todavía joven, de 42 años, casado y con dos hijos menores.
En la película Sin Perdón, magníficamente dirigida y protagonizada por Clint Eastwood, el viejo pistolero William Munny admite, después de abatir a un vaquero de un disparo: «Es duro matar a un hombre, porque pierde todo lo que tiene y todo lo que pueda llegar a tener». No habla de bienes materiales. Habla del amor de sus padres y hermanos, de la sonrisa de sus hijos, de la conversación de sus amigos, de la brisa del mar sobre su rostro...
Todo eso era lo que Alejandro Monerri García tenía, y aspiraba a seguir teniendo, y ahora le ha sido arrebatado de manera tan brutal como estúpida: por una simple raya en la pintura de un coche.
Decía esta misma semana el forense Emilio Pérez Pujol que estamos creando monstruos: jóvenes egoístas, caprichosos, egocéntricos, irritables y violentos, acostumbrados a ver satisfechos todos sus deseos de forma instantánea, sin instrumentos para afrontar la más leve frustración...
Se me dirá, con razón, que son muchos los jóvenes que no responden a ese perfil. Es cierto. Son aquéllos que, con bastante más templanza y cerebro que el macarra de turno, prefieren pasar por cobardes y no hacer frente a las provocaciones, antes que afrontar el riesgo de acabar muriendo. O de tener que acabar matando.
Ricardo Fernández - laverdad.es
Escribo desde el estupor y la rabia que me han invadido esta tarde, al conocer que un joven de unos 22 años, irritado porque alguien le había rayado accidentalmente la puerta del coche, ha rastreado toda una urbanización de La Manga hasta dar con quien él consideraba autor del desperfecto. Y, convertido en juez de su propio pleito, le ha asestado supuestamente una paliza con la que se ha llevado a la tumba a un hombre todavía joven, de 42 años, casado y con dos hijos menores.
En la película Sin Perdón, magníficamente dirigida y protagonizada por Clint Eastwood, el viejo pistolero William Munny admite, después de abatir a un vaquero de un disparo: «Es duro matar a un hombre, porque pierde todo lo que tiene y todo lo que pueda llegar a tener». No habla de bienes materiales. Habla del amor de sus padres y hermanos, de la sonrisa de sus hijos, de la conversación de sus amigos, de la brisa del mar sobre su rostro...
Todo eso era lo que Alejandro Monerri García tenía, y aspiraba a seguir teniendo, y ahora le ha sido arrebatado de manera tan brutal como estúpida: por una simple raya en la pintura de un coche.
Decía esta misma semana el forense Emilio Pérez Pujol que estamos creando monstruos: jóvenes egoístas, caprichosos, egocéntricos, irritables y violentos, acostumbrados a ver satisfechos todos sus deseos de forma instantánea, sin instrumentos para afrontar la más leve frustración...
Se me dirá, con razón, que son muchos los jóvenes que no responden a ese perfil. Es cierto. Son aquéllos que, con bastante más templanza y cerebro que el macarra de turno, prefieren pasar por cobardes y no hacer frente a las provocaciones, antes que afrontar el riesgo de acabar muriendo. O de tener que acabar matando.
Ricardo Fernández - laverdad.es
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