Desde la ilegalidad institucional, cimentaron su eslogan favorito: “Agua para Todos”. Con sus falsedades, han conseguido la cuadratura del círculo, han generado una asquerosa versión del nacionalismo ligado a los intereses especulativos de unos cuantos mangantes que, valiéndose de todo tipo de tretas manipuladoras, arrastran a un sinfín de ciudadanos, víctimas de las enormes desigualdades que nuestra región viene sufriendo de unos años a esta parte, e incapaces de reaccionar frente a tanta falsedad.
Los citados mangantes, y sus palmeros, representan el contrapunto, el lado opuesto, la nada absoluta, frente a otras formas de “hacer región” que tengo la suerte de conocer muy de cerca. Formas de hacer, encarnadas por personas, por grupos de personas que, ante la pasividad o la desidia de las administraciones, un día, dieron un paso adelante y optaron por dignificar sus vidas dignificando las de otras personas, especialmente necesitadas de las primeras. Esas labores, no están en primera plana en la prensa, no hacen ensordecedores ruidos. Es el caso de la Asociación para la Cura, Rehabilitación y Reinserción de Toxicómanos “Betania”, de Cehegín, la cual, tras más de tres lustros de lucha y trabajo, siguen a lo suyo, ejerciendo de espeleólogos de almas, llevando luz allí donde la oscuridad anidó.
Por la Comunidad Terapéutica Betania, pasan anualmente, provenientes de toda la región, entre 35 y 40 chicos y chicas, que conviven junto a un equipo técnico perfectamente capacitado. En ocasiones, durante el período de convivencia en Comunidad Terapéutica, la debilidad se apodera de alguna de estas personas, la idea del abandono se adueña de sus estados de ánimo. En este punto, desearía transcribir la carta que, hace tres meses, escribió una persona, muy próxima a la Comunidad Terapéutica, dirigida a uno de sus miembros; carta que no entregó en su momento, y que hoy está camino de su casa, tras haber cubierto, el destinatario, su proceso terapéutico completo en Comunidad; dice así:
A un amigo especial
Te acercaste para devolverme los libros que te dejé: “De la Tierra a la Luna” y “Ella, maldita alma”. Me los entregaste con un aire de cierta tristeza, dejabas ver media sonrisa de agradecimiento bajo unos ojos acuosos, enrojecidos, que me hicieron presagiar lo peor. Lo peor, y no porque ninguna tragedia hubiese venido a invadir tu existencia, ni mucho menos. Te miré, te pregunté por la lectura, me hiciste alguna observación sobre el libro de Manuel Rivas, dijiste que empleaba algunas expresiones malsonantes, te comenté que podría deberse a la raíz de esas historias que nos cuenta, donde la Galicia más profunda se pone de manifiesto por boca de sus personajes. Me diste las gracias; por mi parte, te toqué en el brazo, quería decirte muchas cosas, pero no debía hacerlo, te toqué de soslayo, a modo de despedida. A la mañana siguiente, yendo de camino, pensaba que si seguías estando te daría un abrazo. Al entrar en el recinto, te vi sentado en un banco, junto a tus compañeros. Di los buenos días, contuve mi alegría, atendí a Juan que, tras leerse la historia local del exiliado en la torre de la iglesia, vino a pedirme “La sonrisa etrusca” y “La sombra del viento”. De inmediato me dirigí hacia ti, te pregunté cómo estaba todo, con tu gesto, entendí perfectamente, yo mismo te contesté: “estás, y eso ya es bastante”, asentiste con una sonrisa. Contenida alegría, la mía, cuya dimensión es infinitamente más grande que su manifestación.
Menos mal que sigues estando, has podido comprobar como el cultivo ha cuajado a la perfección, el micelio se ha desarrollado con normalidad, pronto comeremos las setas que sembramos entre todos. Hasta ahí el contenido de la citada carta. Termino. Sólo decir que, en efecto, hacer región, desde el ser humano para el ser humano, es lo más hermoso que podamos imaginar. Carmen García Camacho
No hay comentarios:
Publicar un comentario