El presidente del PP, Mariano Rajoy, manifiesta estar enormemente contento por la serena, tranquila, pacífica y hermosa manifestación que se celebró en Madrid el pasado sábado. Incluso llegó a decir: «Fue una de las cosas más bonitas que he visto en mi vida y que pasará a la historia».
No todos los días tiene uno la suerte de tocar el cielo con las manos. Una dicha como la de Rajoy sólo es comparable con la perdurable eternidad del orgasmo porcino. Y no es envidia cochina lo que me lleva a esta perogrullada.
Pues los hay quienes a lo largo de su vida llevan un costal de manifestaciones sobre sus espaldas mojadas. Manifestaciones que dicho sea de paso no tuvieron nada que ver con ningún absolutismo, un país roto, la bandera en peligro, la cadencia de un himno, la usurpación de una canción, un lazo, ni siquiera para entronizar a un padre de la patria en los palacios de invierno.
Estas abstracciones sólo tienen un nombre que no me atrevo a mentar por miedo al conjuro y a la incitación de facciosos fantasmas del pasado.
Las manifestaciones que yo conozco no están remozadas por el baño dorado de multitudes endiosadas de intransigencia, intolerancia y fetichismo, sino más bien por cosas concretas: una subida salarial, el cierre de una fábrica, el despido de un compañero, una educación en igualdad, la devastación inmobiliaria de un parque, el derecho a una vivienda, por no remontarnos a las manifestaciones por la defensa de los derechos políticos y sindicales de los años de la dictadura, hechos estos no manipulables, sino necesarios a la libertad y a la vida, imprescindibles como el pan y la sal.
Por lo general este tipo de manifestaciones no tienen los mismos efectos orgiásticos que la del señor Rajoy. Al contrario: algún palo que otro, carreras, detenciones, comisaría...
Que a mí me parece bien que los políticos se refocilen pateándose manifestaciones a mansalva! Pero me resulta cachondo ver por ejemplo a un empresario vestido de huelguista a las puertas de su propia empresa reivindicando la revisión de un convenio.
Las manifestaciones no me resultan hermosas, ni bonitas. Las odio. Son la consecuencia de una situación injusta. Acudo a ellas por pura necesidad, una necesidad concreta, objetiva.
Que si el señor Rajoy y otros políticos andan faltos de felicidad y las manifestaciones les ponen (por aquello de la erótica del poder), pues que convoquen una especial a la muralla china y que se pateen y se corran de gusto sus site mil kilómetros de «marcha nacional», que yo los espero aquí con mi puño en alto, que es lo mismo que decir con mi corazón solidario.
Juan Ruiz Gómez y Juan Serrano Martín
No todos los días tiene uno la suerte de tocar el cielo con las manos. Una dicha como la de Rajoy sólo es comparable con la perdurable eternidad del orgasmo porcino. Y no es envidia cochina lo que me lleva a esta perogrullada.
Pues los hay quienes a lo largo de su vida llevan un costal de manifestaciones sobre sus espaldas mojadas. Manifestaciones que dicho sea de paso no tuvieron nada que ver con ningún absolutismo, un país roto, la bandera en peligro, la cadencia de un himno, la usurpación de una canción, un lazo, ni siquiera para entronizar a un padre de la patria en los palacios de invierno.
Estas abstracciones sólo tienen un nombre que no me atrevo a mentar por miedo al conjuro y a la incitación de facciosos fantasmas del pasado.
Las manifestaciones que yo conozco no están remozadas por el baño dorado de multitudes endiosadas de intransigencia, intolerancia y fetichismo, sino más bien por cosas concretas: una subida salarial, el cierre de una fábrica, el despido de un compañero, una educación en igualdad, la devastación inmobiliaria de un parque, el derecho a una vivienda, por no remontarnos a las manifestaciones por la defensa de los derechos políticos y sindicales de los años de la dictadura, hechos estos no manipulables, sino necesarios a la libertad y a la vida, imprescindibles como el pan y la sal.
Por lo general este tipo de manifestaciones no tienen los mismos efectos orgiásticos que la del señor Rajoy. Al contrario: algún palo que otro, carreras, detenciones, comisaría...
Que a mí me parece bien que los políticos se refocilen pateándose manifestaciones a mansalva! Pero me resulta cachondo ver por ejemplo a un empresario vestido de huelguista a las puertas de su propia empresa reivindicando la revisión de un convenio.
Las manifestaciones no me resultan hermosas, ni bonitas. Las odio. Son la consecuencia de una situación injusta. Acudo a ellas por pura necesidad, una necesidad concreta, objetiva.
Que si el señor Rajoy y otros políticos andan faltos de felicidad y las manifestaciones les ponen (por aquello de la erótica del poder), pues que convoquen una especial a la muralla china y que se pateen y se corran de gusto sus site mil kilómetros de «marcha nacional», que yo los espero aquí con mi puño en alto, que es lo mismo que decir con mi corazón solidario.
Juan Ruiz Gómez y Juan Serrano Martín
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