Tan aficionados como somos por estos pagos a los excesos normativos inútiles y a las remembranzas históricas, no deberíamos dejar pasar la oportunidad de recordar el 50º aniversario del fallecimiento de Juan Negrín, quién fuera científico insigne y político relevante de nuestra reciente historia. Negrín murió el 12 de noviembre de 1956 en París, víctima de un repentino ataque cardíaco cuando contaba 64 años de edad. Por expreso deseo, sus restos reposan en una sencilla tumba de la capital parisina, sin nombre ni inscripción y sin que su funeral contara con actos oficiales u homenaje alguno.La figura histórica del profesor Juan Negrín está indefectiblemente asociada a su papel determinante en los trágicos años de nuestra guerra incivil, papel controvertido y ampliamente debatido por los historiadores. Nació en Las Palmas, en el seno de una familia burguesa acomodada, contingencia que le permitió cursar los estudios de medicina en Alemania (Kiel y Leipizig), allí se doctoró en Fisiología y contrajo matrimonio con una estudiante rusa. Partidario fervoroso de la República, Negrín se afilió al PSOE en 1929 por considerarlo el único partido de verdadera consistencia republicana, estando muy próximo a Indalecio Prieto -aunque el decurso de los graves acontecimientos bélicos acabaría distanciándolos y creando una agria disputa entre ellos-, y ejerciendo como militante de base, sin verdadera vocación poder, dada su sólida formación científica y sus escasos recursos oratorios. Fue elegido diputado a Cortes en las tres legislaturas republicanas, hecho que le hizo abandonar progresivamente su brillante carrera investigadora en favor del activismo político.Tras el estallido de la contienda fratricida, fue nombrado a regañadientes ministro de Hacienda en el gobierno formado por Largo Caballero en septiembre de 1936, donde realizó una importante labor en el Ministerio, adoptando medidas para soportar una larga economía de guerra; reorganizó el cuerpo de Carabineros, que además de su misión como servicio de vigilancia fronteriza, se convertiría en una importante fuerza de choque durante la contienda. Más polémica resultó su actuación en la salida de las reservas de oro y divisas del Banco de España con destino a la Unión Soviética (el famoso oro de Moscú), entregado como contravalor del armamento suministrado por Stalin, ante la negativa de las naciones democráticas europeas de vender armas a la República, en cumplimiento del engañoso pacto de no intervención. Su brillante gestión en Hacienda, motivó que Azaña le encargase la formación de gobierno tras la caída de Largo Caballero. Con notable inteligencia, energía y coraje, Negrín desarrolló una estrategia de firmeza y lucha tenaz, buscando crear una simbiosis común de la República con la Europa occidental, en defensa de la democracia y la tolerancia, ante el avance de los totalitarismos. Negrín siempre consideró que la guerra de España no era más que el preludio inevitable -como así ocurrió- de un conflicto a escala mundial. Se ha analizado críticamente su gestión, en particular el protagonismo excesivo jugado por los comunistas en el desarrollo de las operaciones militares, o su empecinamiento en mantener una resistencia a ultranza, cuando se produjo el desplome del ejército republicano. Ante lo inevitable de la derrota, Negrín redacto su famoso programa de 13 puntos para garantizar una rendición honrosa, donde incluía conceptos obvios como «Independencia de España, derecho de los españoles a decidir sus sistema de gobierno o la evitación de represalias ». Naturalmente, el manifiesto no fue ni tan siquiera considerado por el otro bando, que exigió la rendición incondicional.Pero más allá del perfil político, quisiera rescatar y resaltar al Negrín profesor e investigador. Como se apuntó más arriba, su enorme inteligencia y preparación le aseguró una carrera científica fulgurante, que decidió postergar en favor de su compromiso político. A los veinte años, ya estaba en posesión del doctorado alemán en Fisiología, si bien la siempre intrincada burocracia nacional le obligó a revalidar su título en España, debiendo presentar una nueva tesis doctoral. Con 30 años ganó la cátedra de la Universidad de Madrid y aunque su intención inicial perseguía la continuación de su carrera investigadora en Estados Unidos, fue Ramón y Cajal a través de la Junta de Ampliación de Estudios (JAE), quién le encomendó la dirección del laboratorio de Fisiología. Negrín lo convirtió en un centro de investigación vanguardista y de gran prestigio, escuela de un grupo estelar e irrepetible de científicos: Grande Covián, García Valdecasas, Blas Cabrera, el lorquino Rafael Méndez o Severo Ochoa, aprendieron y se formaron bajo el magisterio de Negrín, que promovió las estancias postdoctorales en el extranjero como parte fundamental de su preparación. Consciente de la escasa consideración que la sociedad española siempre ha sentido por la Ciencia y de las penurias y miserias seculares -aún hoy no remediadas- por las que pasan los científicos, Negrín pidió a la JAE que de su propio sueldo como director, se detrajeran 600 pesetas mensuales para distribuirlas entre «los jóvenes médicos que llevan trabajando varios años con asiduidad y provecho en el laboratorio»; a la vez que costeaba a sus expensas la suscripción a varias revistas internacionales. Dotado de una capacidad desbordante de trabajo, ejerció como secretario, sin retribución, de la Junta de construcción de la ciudad universitaria, las actuales instalaciones de la Universidad Complutense, e incluso ayudaba físicamente en los trabajos, mezclando cemento y masa de obra.No he escuchado entre las voces reivindicativas de actualizar nuestra memoria histórica, ninguna que reclamara el regreso a España de los restos de quien fuera uno de sus hijos más preclaros, investigador y político excepcional. Da igual, recuperar su figura y resaltar su gran sentido del patriotismo -en el más noble sentido del término-, a favor del progreso y la libertad de todos los españoles sin exclusión, es el mejor tributo que le podemos rendir. Porque la verdadera memoria está en el recuerdo y la voluntad positiva de los hombres, más que en el papel frío de los edictos.
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