Gianfranco Fini, uno de los políticos de la derecha  italiana mejor situado cara al futuro, después de haber sido vicepresidente del  Gobierno con Silvio Berlusconi, viajó a finales de noviembre del año 2003 a  Jerusalén y allí lanzó una durísima diatriba contra Benito Mussolini, al que  calificó de “mal absoluto”, al tiempo que condenaba la persecución de los  judíos. Fini procede del Movimiento Social Italiano (MSI), que era  el partido de los herederos directos de Mussolini. Los herederos de la malvada  República de Saló. Su líder, Giorgio Almirante, murió hace algunos años, tras  mantener relaciones de coincidencia ideológica con Le Pen y hasta con Blas  Piñar. Y, por cierto, hasta con algún que otro diputado de AP.
El lugarteniente
El lugarteniente de Almirante fue  el entonces muy joven Fini. El MSI se refundó y trató de reconvertirse en un  partido de derechas, aunque menos vinculado formalmente con el fascismo. De esta  refundación surgió Alianza Nacional (AN).
Alexandra  Mussolini
Pues bien, hace cuatro años, Fini atravesó la línea roja  y decidió romper lisa y llanamente con su propio pasado y, desde luego, con el  fascismo. Ello supuso, por ejemplo, la baja de Alexandra Mussolini, nieta del  dictador, como militante de AN, quien no soportó tamaña afrenta a su abuelo a  cargo de su jefe de filas. Los sectores más duros o nostálgicos se enrocaron y  se fueron de AN.
Primer ministro
Y es que Fini  sabía muy bien que, de no romper las amarras con Mussolini, él y su partido  estarían siempre bajo sospecha y difícilmente podría llegar él a primer  ministro, que es a lo que aspira.
Ni se plantean
No  hay ningún dirigente político del centro-derecha en Francia capaz de no condenar  el régimen de Vichy, con el general Petain de títere en manos de los nazis. Ni  tampoco lo hay en Alemania respecto a Hitler o al régimen nazi. Hay cosas en la  vieja Europa que no se discuten ni se plantean. El fascismo y el nazismo son  incompatibles con la derecha democrática. 
El año 2007
Cuando ayer en RNE, la preguntaron a Rajoy por su opinión acerca de las  declaraciones de Jaime Mayor Oreja, favorables objetivamente al franquismo, el  líder máximo del PP se salió por peteneras y dijo simplemente: “Yo ya estoy en  el año 2007. Colóqueme del 2007 en adelante.”
El tópico
Pasó de puntillas y se acogió al tópico de que hay que mirar al futuro y no  al pretérito. Eso no es más que una gilipollez o una exhibición de incultura,  como se prefiera. Si Rajoy fuera el candidato de la derecha en Francia, en  Italia o en Alemania y no condenara enérgicamente a Petain, a Mussolini o a  Hitler, no tendría posibilidad alguna de ganar las elecciones.  
No se le hubiera puesto al teléfono
Lo primero que  hizo Sarkozy, recién elegido presidente de la República, fue enaltecer el  recuerdo de un joven comunista francés, víctima de los nazis. ¿Llamó Rajoy  aquella noche a Sarkozy para aconsejarle que no mirara al pasado? Ni llamó, ni  Sarkozy se le hubiera puesto probablemente al teléfono.
Un  slogan famoso
La derecha española sigue siendo –como la España de  Franco, según el famoso slogan turístico que acuñó Manuel Fraga siendo ministro  del ramo- diferente. Alardea de ser una derecha sin complejos. Pero no  se da cuenta de su impotencia atávica a la hora de cortar de una vez su cordón  umbilical con el Generalísimo.
Simplismo mayúsculo
Pregona Rajoy, con simplismo mayúsculo, que a nadie le interesa -setenta  años después- ni Franco ni la memoria histórica. Pero a él le importa tanto que  sale corriendo, despavorido, cuando le toca liquidar su férrea dependencia del  franquismo. O se está con la derecha democrática o se recuerda con dulce  nostalgia –como hizo Mayor Oreja- aquel régimen ominoso y cruel. Las dos cosas a  la vez son imposibles. Este es el drama del PP. Rajoy ni siquiera trata de  emular a Fini. Prefiere esconderse antes que condenar a un tirano.
Enriq Sopena
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