21 de octubre de 2007

¿Contra qué?

Jaime Mayor Oreja señala la situación de «extraordinaria placidez» que vivieron muchas familias durante el franquismo, por lo que considera que no ha de condenarse. Vamos a darle a Mayor Oreja el beneficio de la duda y pensaremos que se ha fijado en una parte de la historia de España sin tener en cuenta lo que vino antes. Hubo una guerra civil, con muertos por ambos bandos. Terminada la guerra civil, hubo represaliados, exiliados, perseguidos políticos y fusilados. El último campo de trabajo se cerró en 1962. Eso, supongo, contribuyó en alguna medida a la «extraordinaria placidez» que hace notar Mayor Oreja. Una placidez tensa, ciertamente, y conseguida a un precio a todas luces injusto. Si Mayor hubiera pensado eso hubiera matizado sus palabras.

Reconstruir un país después de haber contribuido a devastarlo es cosa nada meritoria. Imponer desde la represión y no construir desde el consenso es algo que puede hacer hasta el más burdo de los gobernantes.

Es cierto que parte de la prosperidad de ahora se basa en esa placidez, pero otra gran parte se debe al esfuerzo de 25 años de democracia. Por eso creo conveniente la ley de Memoria Histórica. Es hora de arrojar al estanque plácido las pequeñas piedras de las muertes anónimas producidas por ese régimen mientras se recitan sus nombres, pues ellos también murieron por España; y para que descansen en el estanque tranquilo junto con las otras piedras, nombradas y reverenciadas durante mucho tiempo- de los que también murieron por España. Es de justicia que quienes no saben donde están sus muertos puedan encontrarlos. Posiblemente, terminada esta tarea, quizá Mayor Oreja se de cuenta de que no todo fué tan extraordinariamente plácido
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Enrique Olcina Juliá

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