27 de marzo de 2007

Aprendamos del Ulster

"No debemos permitir que nuestro rechazo a los horrores y tragedias del pasado se convierta en una barrera para la creación de un futuro estable y mejor para nuestros hijos”, proclamó ayer en el castillo de Stormont, en Belfast, sede de la Asamblea norirlandesa, el reverendo Ian Paisley, histórico líder del radical Partido Democrático Unionista. A su lado, se encontraba Gerry Adams, lider del no menos radical Sinn Fein, considerado como el brazo político del IRA. Ambos no ocultaban su satisfacción. Formarán en breve un Gobierno de coalición que reemprenderá la consolidación de las instituciones autonómicas bajo el signo de la paz que se espera sea definitiva.

Si a alguien se le hubiera ocurrido, hace unos pocos años tan sólo –incluso menos-, aventurar este happy end entre los dos partidos más antagónicos en el inacabable conflicto sangriento del Ulster, habría sido tildado de visionario estólido o simplemente de chiflado sin curación posible. Pero ahí está el resultado del sentido común o de la cordura, virtudes asumidas finalmente por unos y otros, tras demasiadas décadas de odio, de rencor, de venganza, de muerte, de sangre, de sudor y de lágrimas. “Nunca olvidaremos a aquellos que han sufrido”, precisó Ian Paisley, después de apostar antes por “un futuro estable y mejor para nuestros hijos”.

El principio del fin
El principio del fin de la violencia en el Ulster –objetivo probablemente ya irreversible- se ha conseguido gracias, sobre todo, a que se ha acabado imponiendo la vía del diálogo y de la negociación, sendero transitado en Gran Bretaña primero por el primer ministro conservador, John Major, y luego por su colega laborista, Tony Blair. Con la circunstancia añadida de que los intentos en favor de la paz por parte de Major fueron respaldados por los laboristas. Y los de Blair, por los conservadores. Este marco de conversaciones –a veces interrumpidas por bombas y atentados mortales- ha dado paso ni más ni menos que al sorprendente consenso logrado por Ian Paisley y Gerry Adams, enemigos aparentemente irreconciliables. El milagro parecía imposible, pero ha sido verdad.

Fundamentalismo antiterrorista
La lección del Ulster debería provocar la reflexión de cuantos en España han convertido paradójicamente el proceso de paz –se encuentre o no en suspenso o bloqueado tras el salvaje ataque a la T-4 de Barajas- en una especie de casus belli que justificaría la cruzada del fundamentalismo antiterrorista. El terrorismo tiende a ser, en sí mismo, fundamentalista. Pero también lo es, con frecuencia, el antiterrorismo cuando –como es el caso del PP- decide condenar todo contacto que pueda conducir, salvando el decoro democrático y la lógica del Estado de Derecho, a la concordia.

Ejercicio oprobioso
El empecinamiento de la derecha española por presentar ante la opinión pública la política de Rodríguez Zapatero respecto a ETA como un crimen de lesa patria resulta un ejercicio oprobioso. Retrata con nitidez cuán lejos está el PP de sus homólogos británicos. Subraya la imperiosa necesidad –expresada el otro día por Jesús de Polanco- de que en nuestro país se cree una “derecha moderna, laica y democrática”. Y certifica, por otra parte, que el cacareado patriotismo de Rajoy y compañía no es más que una bandera, o una excusa, detrás de la cual se esconde su ansiedad apenas contenible de regresar al Gobierno.
Mate ETA o no. Ahora mismo eso parece ser -para la cúpula genovesa- un elemento secundario.
Enriq Sopena

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